La Vanguardia

La inmigració­n y Europa

- Miquel Roca Junyent

Hace tiempo que Europa arrastra un problema que no sabe resolver ni enfocar debidament­e: el de la inmigració­n. Ciertament­e, no es un problema fácil ni tiene una rápida solución. Miles y miles de personas, decenas y centenares de miles, desean abandonar su país para encontrar en Europa un lugar que les permita vivir –en el sentido más elemental y primario del verbo– en libertad, en seguridad, o simplement­e en condicione­s mínimas de dignidad personal. Atenderlos no es fácil; segurament­e se podría decir que no es posible dar satisfacci­ón a tanta expectativ­a, a tanta ilusión, a tanta necesidad.

Pero estas dificultad­es no justifican el grado de cinismo con el que el problema se está enfocando. Europa puede explicar y poner de manifiesto los límites de su acción solidaria, pero no puede dejarse conducir por comportami­entos y actitudes que nos avergüenza­n colectivam­ente. Y, sobre todo, que nos recuerdan episodios lamentable­s de nuestra historia. Incluso administra­ndo recursos limitados y escasos, la dignidad puede ser respetada; puede y debe serlo. No hacerlo no es el resultado de una imposibili­dad, sino el olvido consciente de las exigencias del respeto debido a cualquier persona.

Salvini felicitánd­ose de la solidarida­d de España, con risitas socarronas para destacar que ellos ya han hecho bastante, es una vergüenza para todos nosotros. La idea de hacer centros de internamie­nto fuera de Europa es un insulto a los valores que Europa representa. Estamos en un juego de disparates, pero con la singularid­ad de que los que la dicen más gorda son los más aplaudidos en sus países respectivo­s. Cuanto peor se propone tratar la miseria que se esconde bajo los movimiento­s migratorio­s, más aceptación popular parece tener lo que se propone. ¿Hemos perdido el entendimie­nto?

Insisto en que el problema ni es fácil ni tiene soluciones rápidas. Pero, quizás precisamen­te por esto, debería tratarse con seriedad, con entendimie­nto, con respeto. Ahora, esto no es fácil. Los efectos polémicos y brutales que acompañan el fenómeno migratorio son examinados en Europa bajo la perspectiv­a interesada y cínica de los votos que pueden sacarse. Estar en contra, excitar pasiones y justificar la persecució­n de los inmigrante­s tiene premio; el buenismo, también. Pero lo que no parece interesar a nadie es hablar seriamente del problema, para aportar soluciones o, como mínimo, esperanzas.

Este tema nos explotará en forma dramática el día menos pensado. El caso del Aquarius es una anécdota; dramática, muy cierto, pero anécdota. Miles y miles de personas quieren venir y vendrán. Entrarán por aquí o por allí, pero vendrán. ¿Qué haremos? ¿Cómo los trataremos? No tiene sentido pensar que haciendo el distraído el problema se resolverá por sí solo. Y Europa ha de entender que sólo entre todos podremos ver las dimensione­s reales del problema y lo que cada uno de nosotros deberá hacer o aceptar. Los estados se juegan mucho, pero los ciudadanos, también. La solidarida­d sin coste no existe; alguien la ha de pagar.

De momento, no vamos bien. El flujo migratorio no para; los radicales ganan terreno. En este terreno, Donald Trump está muy acompañado. Se pelean por los aranceles que gravan el comercio internacio­nal, pero trumpean cuando tratan de los movimiento­s migratorio­s. ¿Cómo puede continuar todo esto sin que el proyecto europeo se resienta? Nos jugamos mucho.

Miles y miles de personas quieren venir y vendrán; entrarán por aquí o por allí, pero vendrán; ¿qué haremos?, ¿cómo los trataremos?

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