La Vanguardia

Nuestra mascota, la bestia

- Carlos Zanón

Abres la jaula de la bestia. Sólo será un rato. Un poco de jaleo, no más. Para acariciarl­e el morro y ver qué hace. Solo para contarle las rayas del lomo antes de devolverla a la jaula. Estás tan y tan aburrido en tu mundo sin grandes rupturas ni revolucion­es. Te gustan tanto los matones, lo tribal, el desenmasca­rar conspiraci­ones y harto de hacerte un lío entre legal, legítimo, Uber, salsa cuatro quesos, Amazon o libertad provisiona­l. Hay un montón de cosas por hacer, tú tan clase media, tú tan airado, tú tan bendecido por profecías autocumpli­das y tu aplicación en el móvil para contar pasos. Necesidad de una guerra sin muertes, comer sin engordar, consumir sin pagar. Así que primero suprimes la palabra gitano. Después haces desaparece­r su significad­o en una cajita rellena de aire que no moleste a nadie. Luego, dejas de pensar en ello. Por último, cuando alguien hace una lista de gitanos acuérdate de poner cara de indignado y sorprendid­o, sorprendid­o e indignado. O primero suprimes los insultos. El frustrar o señalar los defectos, sacrificar­se o suspender exámenes. Profilaxis de lo políticame­nte correcto: aquel limbo de agua tibia, ¿recuerdas? Después puedes decir lo mismo y lo contrario, en contra de las vacunas y a favor de tu dealer, porque las palabras ya están huecas. Luego, dejas de pensar en ello. Por último, alguien aparece insultando, agrediendo, manipuland­o, rompiéndol­o todo y piensas qué tipo más directo, qué sincero, qué verdad hay en él. Y se llama Trump o Putin o yihad y la víctima es Crimea o ateo o ilegal. Sobre todo, acuérdate de poner cara de cómo es posible que hayan votado de esa manera, paletos. Siguiente truco mientras no sabes si enviar a tu hijo a estudiar inglés a Irlanda o a Australia. Ocultas una moneda bajo un Parlamento y la haces desaparece­r. Un montón de monedas para ser exactos. Después emites propaganda y juegas al póquer o al tú más. Después haces decir que las cosas no tienen nada que ver con los hechos ni las intencione­s. Las cosas son lo que tu canal comunicati­vo dice que son. Fe ciega, complicida­d absoluta. Y luego hablas de golpe de estado, de rebelión, de Caja B, martirio, república o cremas robadas. También puedes bajar a la calle y decir que hay leyes justas e injustas en una democracia. Y que uno ha de decidir qué leyes cumplir y cuáles no. ¿Cómo…? Muy sencillo: escuchando a tu corazón. Al de la tribu, del pueblo, la patria. El latido es claro y ensordeced­or. No necesitamo­s jueces ni leyes ni garantías ante el embate de la mayoría de corazones latiendo al unísono. Hay una justicia por encima de las leyes, no hay más democracia que los votos y el corazón tiene razones que la cabeza no alcanza a entender. Ya no sabes si es buena idea lo de acariciar el morro a la bestia que no parece querer volver a la jaula. Por el momento que no cunda el pánico. Aún es nuestra mascota. Aún quedan gitanos, emigrantes, pobres.

Profilaxis de lo políticame­nte correcto: aquel limbo de agua tibia, ¿recuerdas?

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