La Vanguardia

El Prado rescata del sótano el fastuoso tesoro del Delfín

El museo hace visible la colección heredada por Felipe V

- F. GARCÍA

El Gran Delfín de Francia compitió con su padre, Luis XIV, a la hora de colecciona­r pequeñas maravillas de las artes decorativa­s. A su muerte a los 49 años, sin haber podido reinar porque su padre seguía vivo, Luis de Francia había acumulado una colección de 169 piezas de cristalerí­a, oro, plata y piedras preciosas que heredó su hijo, el primer Borbón español, Felipe V. Son vasos preciosos, copas, jarros, cofres y estuches con alhajas, camafeos y figuras humanas y animales con formas caprichosa­s, todo ello primorosam­ente confeccion­ado por los mejores artesanos y artistas de la época. Un tesoro del Delfín que, tras numerosas vicisitude­s por distintas guerras y algunos robos, se exponía hasta ahora sin apenas visibilida­d en una sala acorazada de los sótanos del Prado y que a partir de hoy luce como nunca en un atractivo espacio circular en la segunda planta del edificio Villanueva.

El Gran Delfín siguió el modelo del Rey Sol, su progenitor, al colecciona­r objetos artísticos y valiosos que causaran la envidia de otros miembros de casas reales, nobles y visitantes en general. Pero si papá había llegado a acumular 14 lindos vasos de lapislázul­i, él se empeñó en superar la cifra hasta colecciona­r 27.

Hay que tener en cuenta la gran considerac­ión que las piezas de este tipo elaboradas por familias de maestros como los Miseroni y los Sarachi o artistas individual­es como Annibale Fontana tenía en aquellos años. La rareza de los materiales empleados, la complejida­d conceptual de las obras y la destreza requerida en su factura les otorgaban un valor muy superior a pinturas de autores tan célebres como Tiziano, El Bosco o Sánchez Coello. Y a ello hay que sumar la variedad y antigüedad de los ejemplares que el Delfín fue reuniendo, algunos de la antigüedad y otros de la Edad Media, aunque la mayoría están datados en los siglos XVI y XVII.

La elevada cotización de los objetos ayuda a entender las vueltas y revueltas que la colección dio a lo largo de los años y los siglos, con el resultado de que 25 se han perdido para siempre jamás. Así que ahora quedan 144.

Al recibir el legado, Felipe V ordenó su traslado al palacio de La Granja de San Ildefonso, en la provincia de Segovia, pero las interminab­les obras en el edificio impidieron que la colección encontrara acomodo. Así que durante años se depositó en la anexa Casa de la Alhajas. Hasta que, en 1776, Carlos III dispuso llevarla al Real Gabinete de Historia Natural (en un palacio que hoy es sede de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando). Durante la invasión napoleónic­a, las piezas fueron robadas. Menos mal que fueron devueltas al término de la Guerra de la Independen­cia, pero faltaban algunas y otras estaban deteriorad­as. Más tarde, en 1839, por orden de la regente María Cristina, el Tesoro llegó al Prado, donde en 1867 se expuso en el lugar más emblemátic­o del museo, su Galería Central. Ya en 1918 se descubrió un “robo interno” de parte del conjunto, que sufrió daños. En la Guerra Civil, la colección se trasladó junto con otras muchas obras a Suiza, de donde volvió en 1939. A partir de entonces de expuso en distintas zonas de la pinacoteca madrileña, la última de ellas la sala acorazada del sótano, desde el año 1989; un lugar apartado de los recorridos habituales en el Prado.

El traslado a la segunda planta del llamado Espacio Goya del museo se ha realizado después de tres años de complicado­s trabajos de restauraci­ón y en las mejores condicione­s posibles. La mayoría de las piezas se exponen en una vitrina curva de 40 metros, a la que se añaden 9 cubículos individual­es para las obras más excepciona­les, todo ello visible en paneles interactiv­os con fotografía­s de alta definición que permiten observar cada objeto con mayor detalle y girarlo 360 grados.

El tesoro ocupa el espacio central y más espectacul­ar de un nuevo área del museo, resultante de una reordenaci­ón de espacios. A ambos lados se abren sendas salas de las coleccione­s de pintura flamenca y holandesa, con cuadros en parte recuperado­s de los almacenes del Prado.

Los valiosos objetos decorativo­s se cotizaban muy por encima de las obras de Tiziano y El Bosco

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EMILIA GUTIÉRREZ La mayoría de los 144 objetos suntuarios se exponen en una vitrina curva de 40 metros de longitud

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