Buenas perspectivas
El europeísmo de Angela Merkel y Pedro Sánchez; y el acuerdo entre patronal y sindicatos para subir los salarios.
PEDRO Sánchez, presidente del Gobierno español, se reunió ayer por la mañana durante una hora con la canciller alemana, Angela Merkel, en Berlín. El sábado hizo lo propio en París con el presidente francés, Emmanuel Macron. A diferencia de sus predecesores en el cargo, que reservaron su primer desplazamiento para viajar a Marruecos, el vecino del sur, Sánchez ha elegido las dos principales capitales europeas para su debut extranjero. Bien es cierto que el rey Mohamed VI se hallaba en estos primeros compases de la presidencia de Sánchez ausente de su país y no podía por tanto recibirle. Pero también lo es que Europa figura como gran prioridad en la agenda internacional de Sánchez.
De la reunión de ayer en Berlín, que se produjo en plena crisis migratoria, volvió Sánchez con el compromiso de que España sea uno de los países del sur de Europa que encabecen, en nombre de toda la Unión Europea, el diálogo con los países africanos emisores de emigrantes. En un momento en el que Merkel ve amenazada su posición interna por las discrepancias de la CSU respecto a su política migratoria, la canciller recibe con satisfacción el apoyo de Francia y de España, que se constituyen con Alemania como el eje de potencias europeas dispuestas a hacer frente a la crisis sin vulnerar los derechos humanos. He aquí algo conveniente en toda circunstancia. Y más ahora que países como Italia, Austria o Hungría parecen integrarse en otro eje que quiere levantar muros y frenar a quienes huyen de la guerra o el hambre en pos de una vida mejor o, simplemente, de una vida digna de ese nombre.
Sánchez es bien consciente de las dimensiones del fenómeno que tensa la coyuntura europea. Como le recordó ayer a Merkel, España está recibiendo en lo que va de año un 64% más de emigrantes irregulares que en el año anterior, en el que ya acogió a un 100% más respecto al 2016. El presidente sabe que esta solidaridad no puede expresarse de modo infinito, en la medida que cada país tiene una capacidad de acogida determinada, y que no sería coherente una política de papeles para todos si a continuación no hubiera trabajo para todos. Pero está firmemente convencido de que esta crisis no permite a los grandes países europeos permanecer impasibles ni cruzados de brazos. Y también está convencido de que las únicas soluciones convenientes, aunque no sean completas, serán aquellas en las que se comprometan los principales países europeos en busca de una estrategia común.
La política exterior del nuevo Gobierno español es distinta de la del anterior. El que fuera titular de Asuntos Exteriores en el último gabinete de Mariano Rajoy dedicó no pocos esfuerzos a contrarrestar la ofensiva independentista catalana en las cancillerías europeas. Sánchez, que a diferencia de Rajoy habla francés e inglés, parece moverse con mayor soltura en instancias comunitarias, donde el político popular, todo hay que decirlo, gozó de buen aprecio cuando su estabilidad parecía un flotador al que pudieron agarrarse gobernantes de otros países en días de dificultades.
Además de moverse con comodidad, Sánchez opera en París, Berlín o Bruselas con el afán de consolidar la Unión Europea sin apartarse de sus principios fundacionales. He aquí una política merecedora de aplauso. Porque siempre hemos creído, y seguimos creyendo, que una Europa unida constituye el mejor proyecto de futuro para los países del Viejo Continente.