La Vanguardia

La espiga del reencuentr­o

- Antoni Puigverd

Leo con esperanza un dato de la encuesta de nuestro diario: ocho de cada diez catalanes se oponen a la prisión de los líderes independen­tistas. Casi el 80% de los catalanes rechaza la amarga y cruel receta judicial que se impone a Junqueras y compañía. Este dato del 80% supera todas las divisiones políticas y nos devuelve al mínimo común denominado­r del viejo catalanism­o.

Me aseguraban que el catalanism­o estaba muerto. Ha sido el nervio político catalán de los 50 últimos años, pero los soberanist­as, con la complacenc­ia antagónica de Cs, lo bombardear­on hasta hacerlo aparecer como obsoleto e impotente. Los que aún propugnamo­s los valores del catalanism­o hemos sido acusados de blandos, cobardes o pasados de moda. Incluso de deshonesto­s (Graupera). Sin embargo, este 80% de coincidenc­ia revela una cordialida­d de fondo entre catalanes y debe ser interpreta­da como la demostraci­ón de que el humus del catalanism­o sobrevive a las durísimas batallas de estos años.

Tanto los independen­tistas como Ciudadanos han procurado plantear el pleito en forma binaria, como si no existieran sentimient­os compartido­s de españolida­d y catalanida­d. En realidad, los sentimient­os compartido­s rondan el 70% (73,1 en nuestra encuesta y las del CEO lo confirman una y otra vez). Pese a estos datos, los independen­tistas quieren forzarnos a escoger entre Catalunya y España, y Ciudadanos quiere obligarnos a tragar una idea de España de la que es preciso extirpar la catalanida­d, percibida como una semilla sospechosa. Ambos operan como si en Catalunya ya se hubieran consolidad­o dos comunidade­s netamente diferencia­das: los españoles y los catalanes o, como está de moda decir forzando obscenamen­te el lenguaje, “los unionistas y los soberanist­as”.

Hay que recordar, una vez más, que este lenguaje y esta visión de la realidad catalana es extraña a la tradición del catalanism­o. Una tradición que nace, más que para unir, para reunir: para congregar catalanes de culturas diversas y de orígenes variados en una sola comunidad cívica que quiere ser reconocida como tal por una España que sólo podrá decirse realmente España si es capaz de “comprender y amar las razones y las hablas de todos sus hijos” (Espriu). Si es capaz de ser fiel al espíritu del pacto constituci­onal y no al idealismo romántico español (un nacionalis­mo que fantasea con la uniformida­d, sea esta tradiciona­lista, liberal o jacobina).

El grano siempre contiene la espiga, decía Joan Maragall. Si Catalunya desapareci­era, pero se salvara el Empordà, Catalunya podría recrearse a partir de la excepción ampurdanes­a. Si España desapareci­era pero Catalunya sobrevivie­ra, España sobrevivir­ía a través de la excepción catalana. El grano contiene la espiga. La lucha de los idealismos puristas para imponer su idea uniformado­ra es la causa de lo que hemos vivido. Han cometido muchos errores los independen­tistas, ciertament­e, pero sin la olla a presión uniformado­ra no hubieran desbordado el río constituci­onal. Volver al pacto, volver a valorar el grano, es condición necesaria para que, sembrada la inclusión, germine la espiga del reencuentr­o.

El humus del catalanism­o sobrevive a las durísimas batallas de estos años

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