Si César Augusto pudiese verlos...
Se multiplican, imparables, las buenas sensaciones que desprenden los Juegos Mediterráneos de Tarragona. Apaciguadas las emociones que dejó entre la ciudadanía la fastuosa ceremonia inaugural del viernes pasado, el entusiasmo se multiplica. Buena parte de la población pasa (olímpicamente, si se me permite) de los partidos del Mundial de fútbol que se celebran estos días en Rusia y, ansiosos, buscan canales que retransmitan las competiciones, sea por televisión o por ordenador, en streaming. Mala suerte ha tenido este Mundial que tanto prometía ante la atracción magnetizadora que generan las pruebas que se celebran bajo la advocación de la mascota Tarracus.
El otro día, la nadadora Mireia Belmonte –la del Hyundai Kona– consiguió una nueva medalla de oro, esta vez en 200 metros mariposa. Lo hizo en la espléndida piscina de 50 metros que hay en la anilla deportiva, que por los siglos de los siglos quedará e incluso permanecerá como legado en la ciudad que pasará a la historia como sede de los Juegos del Mediterráneo
Mala suerte ha tenido este Mundial que tanto prometía ante el magnetismo de los Juegos Mediterráneos
del 2018. De nada sirvió que los hados adversos se aunaran para jugarles una mala pasada después de los 400 metros libres femeninos. La ganadora fue la italiana Simona Quadarella, Belmonte quedó segunda y el tercer lugar se lo llevó la portuguesa Diana Durães. Como es protocolario, tras la prueba llegó el momento de entregar las medallas. Estaban a punto las tres nadadoras y, a su lado, la azafata que las llevaba en bandeja, a punto de que llegara alguien de la organización para colgarlas en el cuello de las nadadoras. Pero no llegaba nadie. Pasaban los minutos y las cuatro estaban allí, como pasmarotes. Hasta que finalmente, harta de esperar, la misma Belmonte decidió ir al grano: cogió la medalla de bronce y la puso alrededor del cuello de Durães. ¡Bravo por la badalonesa!
El lunes, el Comité Nacional Olímpico y Deportivo Francés hizo un tuit con el hashtag #Tarragona2018 y un vídeo en el que se ve una pista de bádminton con unos cuantos espectadores. En medio de la pista, el podio con las banderas y los jugadores que han participado. El tercer lugar ha sido para Italia, el segundo para Turquía y el primero para Francia. Encima del podio los badmintonistas se miran unos a otros. No suena el himno que debería sonar: La marsellesa. De hecho no suena ninguno. Los cuatro espectadores franceses que hay –que tienen pinta de ser familiares de los chicos– se ven obligados a cantarla; con poco garbo por cierto. El texto del tuit del comité deportivo francés dice: “Los fracasos del protocolo... Los franceses tienen que improvisar La marsellesa para celebrar el oro del equipo de dobles masculino”. Una vez más, jugada maestra de los organizadores de los Juegos Mediterráneos de Tarragona: si los participantes quieren que su himno suene cuando les dan medallas, que se lo traigan de casa en mp3.