La Vanguardia

¿Ayudan los manolos a ligar?

- Joaquín Luna

Con la confianza que despierta un señor que se hace llamar Manolo y se gana la vida vendiendo manolos, me permito lanzar un interrogan­te al destino, el mío y el de la humanidad. –Manolo, ¿de qué vas?

El señor Blahnik, canario, como su nombre indica, ha abierto una tienda en el mismo Londres donde sólo venderá 35 modelos para hombre.

Hasta la fecha, vivía tranquilo sin pareja ni manolos pero a partir de hoy voy a querer un par de estos zapatos –he dicho zapatos, no sandalias–. ¿Ahorrar? Ni hablar. Yo lo que espero es que alguna mujer me los regale porque estoy hasta la coleta de “te quieros” cómodos y de acostarme –¡bobo soy!– con la primera que dice que me gustan los artículos que perpetras o tu vida necesita orden y otros piropos por el estilo. Mucho te quiero perrito, pero pan poquito...

El señor Blahnik ha empezado esta guerra y en tiempos de guerra todo hueco es trinchera (esto se lo leí al cachondo de Bryce Echenique). Si ellas están encantadas de que el maestro las haga estilosas, esbeltas y elegantes, mis amigos de los jueves y yo exigimos igualdad a fin de ver la vida de otra manera y que nos miren más las mujeres por la calle.

–Anda, ¡si son unos manolos! –En mi casa tengo más...

Ahí quería yo llegar. ¿Ligaremos más los hombres si calzamos los zapatos del señor Blahnik? (bueno, pelillos a la mar, vamos a dejarnos de regalos y a empezar a ahorrar). Pienso plantear el asunto en la cena de amigotes de mañana con la secreta intención de alcanzar –al menos– un pacto de no agresión: el primero que compre unos manolos no será objeto de chanzas destructiv­as ni comparacio­nes de género inapropiad­as.

Claro que... ¿son cómodos los manolos de hombre o hay que domarlos en plan churchilli­ano, de sir Winston, no de Church’s? Yo no pretendo que la elegancia masculina pase por la comodidad ni pienso en mi interior ¡que se sacrifique­n ellas! Sólo constato, eso sí, que o un zapato entra como un guante a la primera o lo va a comprar su tía. Esa es otra, fellow countrymen: ¿merece la pena ahorrar, aguantar la incomprens­ión de los gorilas alfas y sufrir en los pies por el amor de una mujer que vaya usted a saber?

¡Qué suerte –y qué morro– tienen los casados y sin compromiso! Con regalarle unos manolos a la amante quedan como reyes. Y tampoco se quejarán los casados del siglo XXI, educados en la monogamia, porque, con el tiempo y paciencia, en algún aniversari­o les caerán un par de manolos.

Nosotros –los sin pareja–, en cambio, tenemos que aceptar la realidad: ni vamos a regalar unos manolos –¡sería firmar el acta matrimonia­l!– ni nos los va a regalar nadie para que luego los luzcas con otras.

Somos, en fin, los verdaderos manolos de la humanidad y la historia, después, claro, de Santana y Orantes.

Nosotros –los sin pareja– somos los verdaderos manolos: ni los podemos regalar ni nos los regalarán

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