La Vanguardia

Entre la leyenda y la agonía

Argentina, con un golazo de Messi y otro decisivo de Rojo, se planta en octavos

- JUAN BAUTISTA MARTÍNEZ San Petersburg­o Enviado especial

Una pancarta rezaba: “Les hablaré de ustedes a mis nietos”. Sin duda que del partido de anoche en San Petersburg­o mucho tendrá este aficionado argentino que contarles. Porque ocurrió de todo, entre la alegría, el sufrimient­o, el suspense y la algarabía albiceste del final. Porque sí, Argentina vive. Porque sí, el equipo de Messi, que abrió el marcador, se reengancha al Mundial y jugará los octavos contra Francia en Kazán el próximo sábado a las 16 h. Un desenlace acorde con un conjunto limitado pero con el alma que les da la numerosa parroquia que les sigue a todas partes.

Argentina se impuso con un gol en el 86 del defensa Rojo, que subió al ataque para empalmar un gran remate y que minutos antes había tocado un balón con la mano en su área. Pero el colegiado, VAR mediante, no señaló penaltí. Sí lo hizo en otra acción que supuso la momentánea igualada de Nigeria. Messi y sus chicos no han capitulado. No han dicho su última palabra. Argentina, como un solo hombre, como una sola mujer, gritó presente y lo celebró como si fuera el título.

“Es un momento difícil para los argentinos pero podemos superarlo y vamos a trabajar para ello”. Quedaban pocos minutos para el inicio y el exguardame­ta argentino Sergio Goycoechea se dirigió a las masas como leyenda invitada por la FIFA. El estadio de San Petersburg­o, transforma­do en la Bombonera del Boca o en el Monumental del River Plate, se vino abajo, con miles y miles de seguidores albicelest­es aplaudiend­o y cantando “Ar-genti-na, Ar-gen-ti-na”.

El ambiente era electrizan­te. No importaba que hubieran hecho el ridículo ante Croacia ni que hubieran quedado cerca de la eliminació­n. Su fe, y las entradas ya adquiridas, les llevaron en marabunta hasta la ciudad de los zares y su zar, Messi, no quería defraudarl­es.

Es verdad que el crack tiene un carácter enigmático. Pero en ocaranos siones sólo verle la cara en el túnel de vestuarios ya se intuye que se siente inspirado. No agachó la cabeza, no dobló la cerviz hacia el suelo sino que salió dispuesto a agotar las esperanzas de su selección.

Quizás fue porque vio que la alineación reunía un poco más de talento, al jugar Banega en la medular. Fue uno de los cuatro cambios dispuestos por Sampaoli, o mejor habría que decir consensuad­os entre el histriónic­o entrenador y los vete- de su plantilla. Higuaín le quitó el puesto a Agüero, volvió Di María y en la portería Caballero dejó su sitio a Armani.

Desde el principio Argentina tomó el timón del encuentro porque Nigeria, que también se jugaba el billete, se plantó a verlas venir. Quería jugar con los nervios argentinos, que existían, pero no contaron con que Messi no sería el sujeto pasivo del partido ante Croacia.

Lo pudieron comprobar bien pronto porque al cuarto de hora Banega alzó la mirada y puso un balón en largo hacia la carrera de Messi. El control de Leo paga el precio de una entrada. Bajó el balón con el muslo izquierdo, se acomodó la pelota con otro toque y engatilló cruzado con la derecha. Magnífico y magnético. El astro salió corriendo hacia el córner como un ciclón para arrodillar­se. Acumulaba seis partidos en los Mundiales sin marcar. Un señor gol festejado como en Buenos Aires (sólo faltaron los papelillos del Mundial 78) y jaleado de manera lamentable por un Maradona poseído.

Se había juntado el talento y cuando esa asociación se produce el fútbol suele regalar acciones maravillos­as. El gol debía dar confianza a Argentina y sosegó su juego. No es que se generara un caudal grandioso de ocasiones, pero Higuaín, un

punto lento, se topó con el portero de Nigeria y después Messi estuvo cerquita de meter también el segundo con un libre directo que se estampó en el poste.

Para nada estaba sentenciad­o, el encuentro ni el grupo. Un gol de Islandia en Rostov contra Croacia lo cambiaba todo pero al descanso Argentina estaba clasificad­a provisiona­lmente. Todavía restaba mucha tela que cortar y se produciría un giro copernican­o. El intenso Mascherano, revolucion­ado, abrazó en el área a Balogun. Nada que no pase en cientos de córners pero el colegiado resolvió que era penalti. La verdad es que no fue una acción muy clara. Fue revisada por el VAR y se mantuvo la decisión. El videoarbit­raje también sería protagonis­ta más adelante. Antes, Moses no perdonó y engañó a Armani.

La igualada le daba el pase a Nigeria porque además Croacia se avanzaba ante Islandia. Se mascaba el drama y el alféizar del descalabro se vivió cuando Rojo tocó un balón que caía con nieve con la mano en su área. Nadie puede discutir eso pero tampoco que primero la pelota le rozó la testa. El colegiado negó la pena máxima.

Esa acción dio bríos a los argentinos pero Islandia también empataba ante Croacia y todo estaba por resolver. El arreón albicelest­e descubría su ya de por sí deficitari­a zaga e Ighalo tenía el segundo en sus botas pero Armani le paraba un uno contra uno.

Las emociones se sucedían y la explosión final fue argentina con el relatado gol de Rojo. Un héroe imprevisto. Quedaba por ver si ganaba Islandia pero el marcador se movió en Rostov a favor de Croacia. Messi dejó el césped alzando el puño. Argentina sobrevive a su modo, entre la leyenda y la agonía.

El equipo albicelest­e y su afición lo celebraron como si hubieran ganado el título y ahora les espera Francia

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KIRILL KUDRYAVTSE­V / AFP Messi se arrodilló para dar gracias al cielo tras la consecució­n del primer gol argentino, que daba momentánea­mente el pase a su país y que era también su primer tanto en Rusia
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Líder en el túnel de vestuarios. Messi reunió a sus compañeros para dar instruccio­nes tácticas antes de la segunda parte
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