Con Leo, hablen de fútbol
El carácter de Leo Messi. Cuánto se ha escrito y analizado sobre su forma de ser. Sobre su mentalidad. Su capacidad de liderazgo. Sobre su forma de soportar la presión. Sobre cómo le motiva la rivalidad con Ronaldo. Que si es demasiado introvertido. Que si no puede ser capitán. Que si no tiene personalidad para mandar en el vestuario. Que si es un pechofrío, ya saben, un futbolista que no echa arrestos al asunto balompédico. En lo que llevamos de Mundial se le acusa de falta de motivación, de estar cabizbajo y un largo etcétera de análisis etéreos para intentar explicar su rendimiento. Todo, por supuesto, pasado por la comparación con el diez que más gloria dio a la albiceleste en su historia y que ahora hace el ridículo en las gradas y ante los micrófonos día sí, día también.
El error con Messi es intentar hablar de cualquier cosa que no sea fútbol. Cualquier otra cosa que no sea el balón. La equivocación con Messi es pensar que un hombre superdotado para la práctica futbolística como es él podrá imponerse en todos y cada uno de los siete partidos que necesitas para campeonar sin apenas entrar en contacto con el esférico. Esta Argentina está demasiado cerca de valores como las agallas, la determinación o la osadía que representa a la perfección el jefecito Mascherano y demasiado alejada del toque, la triangulación y el amor por el balón que definen al genio rosarino. Claro ejemplo de ello es el debut como titular de Banega en el último encuentro de la fase de grupos. El mejor y casi único servidor
Esta Argentina está demasiado cerca de valores que representa Mascherano, como las agallas
de balones definitivos –como el del primer gol ante Nigeria– de la selección argentina. El centrocampista más capaz de ofrecer apoyo a Messi en la elaboración de jugadas de gol había disputado hasta ahora 36 minutos. Messi echa de menos a Jordi Alba, a Iniesta y, como no, a Luis Suárez. Messi necesita entrar constantemente en contacto con el esférico y en este Mundial ha intervenido muy pocas veces. Su influencia en el juego es limitada y Argentina lo paga. Carece de socios con los que crear superioridad lanzando paredes y dos contra uno. La presencia de Banega se antoja como un complemento imprescindible para que él pueda destapar el tarro de las esencias.
Ante Nigeria y con el marcador a favor, a la bicampeona mundial le quemaba el balón. Casi le dolía. Si el plantel de Sampaoli consigue aunar el espíritu salvaje y un juego que abandone los grises se acercará al que debería ser su objetivo: que Messi disfrute y brille gracias al balón y que el equipo juegue y evolucione gracias a él. Agüero, Dybala y Banega, los mejores futbolistas que tiene el extécnico sevillista, pueden contribuir al crecimiento futbolístico del grupo. Avanzar hacia una idea y trabajarla permitiría no tener que tirar siempre de testiculina para acabar muriendo en la orilla. Así que cuando hablen de Messi, hablen de fútbol.