La Vanguardia

Equiparaci­ón salarial, una mala idea

- Miquel Puig

Uno de los daños colaterale­s de la lamentable intervenci­ón policial la jornada del 1-O ha sido la equiparaci­ón salarial de la Policía Nacional y la Guardia Civil con las policías autonómica­s. En nombre de la igualdad de todos los españoles, la equiparaci­ón se convirtió en una bandera de Ciudadanos, que no sólo se apuntó a una manifestac­ión multitudin­aria en Barcelona el 20 de enero del 2018, sino que amenazó con vetar los presupuest­os si no la incluía. El gobierno del PP no resistió y se comprometi­ó a aplicarla progresiva­mente a partir de la nómina de septiembre. Ahora bien, esta equiparaci­ón es demagógica, es injusta y es perjudicia­l para el interés público. Vemos por qué.

Es demagógica porque la “igualdad de todos los españoles”, entendida como uniformida­d total, es incompatib­le con la autonomía municipal y de las comunidade­s, y, por tanto, vacía de contenido la capacidad normativa de los parlamento­s autonómico­s. Por otra parte, en ningún momento se ha tomado en considerac­ión si las condicione­s laborales (jornada, vacaciones, jubilacion­es, etcétera) son diferentes entre los cuerpos objeto de equiparaci­ón.

Aceptamos, sin embargo, que las condicione­s laborales fueran idénticas y que un policía nacional y un mosso deban cobrar lo mismo “porque hacen el mismo trabajo”.

La demagogia de la igualdad nominal perjudica tanto a las comunidade­s más ricas como a las más pobres

En este caso, habría que tener presente el coste de la vida, que es muy diverso en la geografía española. Por ejemplo, es un 20% más bajo en La Rioja que en Catalunya, y, por tanto, a igual salario, un guardia civil en Alfaro cobraría un 20% más que un mosso en Cornellà.

El hecho de que los funcionari­os cobren el mismo salario nominal (o sea, en euros) en todo el territorio no sólo es injusto, sino que es perverso para los intereses colectivos. Lo mismo ocurre con otros mecanismos de homogeneiz­ación salarial, como los convenios colectivos centraliza­dos y como un salario mínimo interprofe­sional común a toda España. Todos estos mecanismos hacen que en unas comunidade­s (Madrid, Cataluña, País Vasco y Navarra) los salarios sean demasiado bajos en relación con los precios y que en otras (Extremadur­a, Asturias, Castillas, Rioja, Andalucía, Galicia) sean demasiado altos. Esto constituye una ventaja competitiv­a para las primeras y una desventaja para las segundas, lo que explica –entre otros factores– por qué las primeras siguen creciendo más deprisa y por qué el paro es crónico en las segundas.

Los salarios no son el único campo en el que la demagogia de la igualdad nominal de los españoles perjudica a todos. El hecho de que la financiaci­ón autonómica se base en la igualación de los servicios públicos (los mismos euros per cápita para sanidad, etcétera) hace que unos reciban demasiado poco (porque son más caros de proveer) y que otros puedan proteger demasiado eficazment­e a su paro (porque les sobra). El resultado es que una España vive demasiado mal mientras que la otra España queda condenada a la dependenci­a.

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