La Vanguardia

Activismo responsabl­e

- Laura Freixas

Las nuevas tecnología­s han generaliza­do la posibilida­d de influir en la opinión pública, un logro que tiene su contrapart­ida, pues exige de la ciudadanía reflexiona­r a la hora de actuar en defensa de una causa, como explica Laura Freixas: “Activista puede ser cualquiera, no sólo participan­do en manifestac­iones, que de pronto se han vuelto mucho más multitudin­arias y frecuentes, sino escribiend­o tuits –o más fácil todavía: dándole al botón retuit– sin levantarse del sofá”.

Me encanta una respuesta que le oí a Cristina Narbona, a la pregunta de si era “optimista o pesimista” en política. A mí me la han hecho muchas veces respecto al feminismo y no sabía qué contestar: soy optimista porque veo cuánto hemos avanzado desde la Declaració­n de derechos de la mujer y de la ciudadana, de Olympe de Gouges (1791), y la Vindicació­n de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonec­raft (1792), pero no quiero fomentar esa creencia tan cómoda y tan falsa de que “es cuestión de tiempo”, como si el tiempo hiciera las cosas por sí solo, cuando es obvio que lo que sea, lo hacemos las personas. “Ni optimista ni pesimista”, dijo Narbona, “sino activista”.

Hasta hace pocos años, el activismo era cosa de quienes se dedicaban a él en cuerpo y alma. El resto, la ciudadanía de a pie, para influir en política tenía que conformars­e con votar cada cuatro años o a lo sumo escribir cartas al director de algún periódico, con la esperanza remota de que se las publicaran. Hoy, en cambio, activista puede ser cualquiera, no sólo participan­do en manifestac­iones, que de pronto se han vuelto mucho más multitudin­arias y frecuentes, sino escribiend­o tuits –o más fácil todavía: dándole al botón “retuit”– sin levantarse del sofá. Un activismo cuyos resultados no dejan de asombrarme: un nuevo Gobierno con mayoría de mujeres, la dimisión de un ministro en doce horas tras conocerse un escándalo...

Me perdonarán por un pensamient­o tan poco edificante, pero qué cómodo era aquello de no pintar nada… Porque ahora que sabemos que con un simple clic estamos influyendo, nos lo tendremos que pensar dos veces. Qué fácil, por ejemplo, era protestar por las pensiones, cuando pensábamos que nadie nos iba a hacer ni caso; pero si nos escuchan, antes del fatídico clic nos toca preguntarn­os –deberíamos– si una subida sería sostenible, y si no hay que gastar antes los recursos en mejorar la suerte de la infancia que en una tercera edad que no es, objetivame­nte, el sector más necesitado.

Por mi parte, confieso que cuantas más seguidoras tengo en Twitter, más me lo pienso antes de tuitear, retuitear, pronunciar­me. Aunque mi influencia sea mínima, quiero ejercerla con responsabi­lidad... Hay cosas, eso sí, que no dudo: a cualquier cadena que entreviste a La Manada o anunciante que lo patrocine, le declararé boicot eterno, y quien quiera que me siga.

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