Maradona a toda costa
Argentina se prohíbe renegar del mito haga lo que haga
La vergonzante actuación del astro argentino durante el Nigeria-Argentina del pasado martes en San Petersburgo no ha causado el menor rasguño al pedestal en que sus compatriotas le han encumbrado, ni mucho menos en el carácter exhibicionista del Pelusa, que aduce una “descompensación” para justificar las imágenes en que se le vio claramente desnortado e incluso durmiendo en el palco del estadio Luzhnikí.
Quien se ríe del viejo y decrépito Maradona es que nunca le vio jugar. Los argentinos, en su caso de todas las edades, se lo tienen prohibido sea cual sea el exceso de Diego, y eso que el mito cada vez lo pone más difícil. El recuerdo del futbolista es demasiado hermoso, sigue pasando por encima del personaje del presente y todavía no mancha (ni probablemente lo hará) la gloria del pasado. Al Pelusa se le ama en su país gordo, teñido y borracho como una cuba. Da igual. Maradona va haciendo eses, pero ya nunca más para driblar ingleses como en el Mundial del 86, sino desorientado por lo que él decidió describir ayer, ya de noche para que no se temiera por su estado de salud, como una “descompensación”. Huérfano sin el contacto con el césped y el balón. Diego tiene la mirada (y se diría que la vida) perdida desde que se retiró.
Su última imagen en un estadio, el martes en San Petersburgo, con problemas para sostenerse en pie, dio la vuelta al mundo. Como es preceptivo se dispararon los rumores. Que si ingresó en el hospital, que si le inyectaron adrenalina como medida de urgencia… “Hay Diego para rato”, contraatacó el protagonista desmintiéndolo todo camino de Moscú. Hasta el próximo episodio, claro.
Maradona sobrevive a todo. Una crisis cardiorespiratoria ya estuvo a punto de acabar con él en el año 2004. Permaneció 12 días en cuidados intensivos de un hospital de Buenos Aires, con muchos más kilos que ahora y desmejorado hasta el límite de lo soportable. Repasen esas imágenes. Se temía por su vida. En aquellos días los argentinos le cantaban canciones a pie de calle de la clínica y empapelaban las paredes de la fachada con mensaje improvisados. Uno hizo fortuna por encima de todos: D10S.
Han sido y son muchos los admiradores. Andrés Calamaro, otro genio renqueante atrapado entre adicciones y contradicciones, le dedicó una canción de ritmo alegre y llena de vitalidad. “Maradona no es una persona cualquiera”, cantaba el rockero entre trompetas. El director de cine Paolo Sorrentino siempre sintió devoción por él. Es napolitano, hay que entenderle. “Maradona es mi infancia, él es el mundo antes de cualquier cosa”, declaró en una entrevista. Cuando ganó el Oscar a la mejor película extranjera por La grande bellezza subió al escenario y dedicó la estatuilla a Fellini, Scorsese y… Maradona. Pero su mejor homenaje es sin duda una escena de una grandiosa película: La Juventud. Hay un personaje sin nombre, huésped del balneario suizo donde transcurre el film, que se le parece demasiado. Es un tipo con una barriga enorme, aire de cantante de Los Chunguitos y pelo rizado, ya en fase crepuscular, que acude allí para desintoxicarse. Sin previo aviso, en un momento mágico, la vieja gloria decide dar unos toques a un balón y alcanzan estos tanta altura que resultan inverosímiles. El espectador queda extasiado.
Existe una hipnosis real y duradera entre quienes vieron jugar a Maradona. En Barcelona fueron unos cuantos y también sucedió. Antes de que una hepatitis y Goikoetxea con una entrada criminal (“Me rompió, me rompió”, lloraba el Pelusa en brazos de Ángel Mur) le negaran el éxito, tuvo tiempo para dejar un gol legendario al Estrella Roja y otro con regate igualmente inolvidable a Juan José, ambas jugadas tan incrustadas en la memoria colectiva que parecen títulos.
Maradona sigue presente en la albiceleste, pegado como una lapa. Es su forma de no desengancharse de lo que un día fue. Esa adicción vence a todas. Habla de los jugadores y de Sampaoli día sí día también, monta shows en el palco (entró en trance con los ojos en blanco hasta dar miedo en San Petersburgo)… En definitiva, su presencia no ayuda.
Messi estuvo a punto de ser aplastado por el monstruo. Sabedor de que el argentino medio siempre le prefirió a él antes que a Leo, Diego pudo provocar un gran estropicio, este irreparable. Pero Messi ha logrado resistir esa losa, vencer la sombra. El martes, cuando marcó su maravilloso gol a Nigeria, su pie izquierdo, con dos controles seguidos con el muslo y el empeine, conectó con el de su predecesor. Pero la definición fue con la derecha, pierna que nunca usó Maradona.
Su comportamiento en San Petersburgo daña su imagen, pero él no se rinde: “Hay Diego para rato”
Maradona no deja en paz a la albiceleste, estar conectado con el fútbol le recuerda que fue el mejor