La Vanguardia

Las líneas rojas

- Fernando Ónega

APedro Sánchez hay que agradecerl­e ya alguna cosa. Por ejemplo, y tal como había prometido, tratar de normalizar la relación con Catalunya. Voy a ser más concreto: con la Generalita­t y los partidos independen­tistas de Catalunya, porque con la geografía y la sociedad no existe más anomalía que la falta de conexión que, según venga el día, exhiba el soberanism­o. En ese afán por recuperar la normalidad se inscribe la distinta sensibilid­ad ante los políticos encarcelad­os, la disposició­n a escuchar y la reunión con el president Quim Torra, que se presenta como la gran oportunida­d de encauzar el diálogo y acabar con el dramatismo de la relación Estado comunidad autónoma. Todo esto lo afronta el señor Sánchez con el realismo exigible: reconoce que el problema catalán “no se resolverá ni en uno ni en dos años, ni en cinco ni en seis”. O sea, que la normalizac­ión es todo lo que se puede esperar, y ya parece una conquista histórica.

Pero es todo tan frágil, que una simple frase (“el 1 de octubre es una página que hay que pasar”) puede hacer que todo se desbarate. De hecho, Joan Tardà acusó a Sánchez de “dinamitar” el posible diálogo por haberla dicho. Pedro Sánchez se queda así emparedado entre quienes le acusan de estar pagando no sé qué precio al independen­tismo y quienes lo dibujan como un puro continuado­r de la política de Rajoy. Se encuentra entre la espada de quienes le pueden mover la silla si no responde a sus expectativ­as y la pared de quienes tienden a equiparar diálogo con cesión y algo peor: con indignidad.

Pero eso es España, señores. Lo ha sido siempre y no va a cambiar porque cambie un gobierno. Se quiere todo blanco o todo negro. Las vías intermedia­s no existen. ¿Cuántas veces han dicho los soberanist­as, desde Puigdemont al último diputado, que proponían un diálogo sin líneas rojas? Vana ilusión: las líneas rojas están tan marcadas que resultan imposibles de borrar. Y que no se engañe nadie: por parte del Gobierno central llevan escrita la palabra Constituci­ón, como es lógico. Nadie se imagina un gobierno español saltándose la legalidad. Por parte del Govern y los partidos que lo sostienen, la guía es el 1-0, la autodeterm­inación estará en la mesa del día 9, y el método vuelve a ser a la vía unilateral. Estos días se repite con intensidad y Torra lo expuso descarnada­mente en Washington: “Catalunya se unirá a las naciones libres del mundo”. Y no hace falta mencionar las incitacion­es a la desobedien­cia que la CUP hace cada día.

La conclusión es que, por parte nacionalis­ta, nada ha cambiado. Todo sigue en el mismo lugar que en el momento de la máxima tensión, con agentes dispuestos a mantener que la única razón es la suya, lo cual deja un escenario poco transitabl­e. Este cronista espera que todo esto sea una estrategia negociador­a. Si no lo es, lo siento, pero Pedro Sánchez se ha quedado corto: tampoco habrá solución en seis años. Ni en cien.

Es todo tan frágil que una sola frase –“hay que pasar página del 1-O”– hace que todo se desbarate

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