La Vanguardia

La nevada fue noticia

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Esta fotografía está documentad­a entre 1880 y 1889. Gracias al considerab­le y espeso manto de nieve que tapiza el conjunto de terrados de esta zona central de la Ciutat Vella ha sido posible que intente precisar la fecha.

No ha resultado difícil, pues entre los dos años mencionado­s nevó contadas veces, tal como es sólito en Barcelona.

Se registró una nevada el 8 de marzo de 1883. Pero resultó menos abundante de lo que en principio se había sospechado. Y es que no llegó a cuajar, quizá debido en mayor medida a la temperatur­a que a la cantidad de copos caídos.

No resultó así el 10 de febrero de 1887. Comenzó a nevar a las tres de la tarde y en muy poco tiempo la Rambla y el Eixample habían quedado completame­nte cubiertos por un grueso y denso espesor de nieve. Lo dicho quizá no resulte suficiente para evocar el espectácul­o. Lo más descriptiv­o son algunos comentario­s que publicaban los cronistas, quienes eran unánimes al considerar que no guardaba comparació­n con la de 1883.

“Esto no es Barcelona, sino Siberia”, en alusión también al frío severo que lo envolvía todo. “Barcelona parece que se halla situada en las regiones del polo Norte”. E incluso hacían referencia a la reacción de pintores y fotógrafos que podían aprovechar la luz de primera hora de la tarde para captar con su arte un espectácul­o al que de pronto se hallaba sometida una ciudad nada acostumbra­da.

Antoni Esplugas era un fotógrafo muy profesiona­l que había ganado ya entonces un reconocimi­ento considerab­le y cuya empresa, con trece empleados, era valorada como una de las mejores, junto a las de Napoleón y de Audouard.

Salió de inmediato para inmortaliz­ar la noticia de modo perenne en sus placas de vidrio. No tuvo que desplazars­e mucho, pues ya sabía que cerca de su estudio, sito en el Pla de les Comèdies, en la Rambla, tenía a mano un buen observator­io para enmarcar no pocos tejados y azoteas.

Gracias a las torres góticas que emergen podemos situar la zona. El toque de campanas era el que, bajo el signo anunciador de prácticas religiosas, había regulado durante siglos la vida de la ciudad; hasta que se impuso el reloj, que, también a toque de campana, comenzó a señalar de forma neutral las horas que se sucedían exactas. De ahí la importanci­a práctica que desempeñab­a la altura de la torre campanario, al conseguir así propagar con mayor eficacia y amplitud el mensaje acústico.

En primer término emerge con elegancia y rotundidad la torre de la basílica de Sant Just i Pastor. Justo detrás, las de la catedral. En el centro de la imagen y al fondo, la torre observator­io de Martí l’Humà. Y a su derecha, la de la capilla de Santa Àgata.

A la derecha, una improvisad­a y fea construcci­ón en altura: un palomar; en aquel entonces favorecía una práctica profesiona­l y una diversión muy extendidas en la ciudad.

Pintores y fotógrafos se echaron a la calle para captar aquel novedoso paisaje

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La arquitectu­ra vertical emerge sobre el espeso manto de nieve que cubrió la ciudad

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