La Vanguardia

“La locura es poderosa, pero la ayuda de la gente puede más”

- MONTSE GIRALT LLUÍS AMIGUET

Tengo 53 años: cuando aprendes del sufrimient­o sabes que los días por vivir serán mejores, porque no dependen de la suerte, sino de ti. Nací en Guernsey. Explico mi locura en Living with the ligths on, invito a poner las luces largas para alumbrar nuestra mente. He actuado en L’Altre Festival de Barcelona

El teatro cura? Si no curara, no estaría yo aquí hablando con nuestros lectores. Me dirijo a ellos porque sé que el teatro cura al actor tanto como al espectador.

¿Cómo?

La escena cuestiona la delgada línea roja que hay entre la realidad que sucede fuera de nuestra mente y lo que pasa dentro, y nos ayuda a entenderla­s. Yo sufrí un trastorno bipolar que me impedía distinguir­las y ahora intento curarlo con teatro en Living with the lights on.

¿Cómo se volvió usted loco?

Quienes se consideran del todo cuerdos deberían admitir que su lucidez es tan transitori­a como la locura, porque no están tan lejos la una de la otra. Lo sé, porque he vivido las dos.

¿Qué siente al enloquecer?

Nací en la isla de Gernsey y mis padres se divorciaro­n. Me sentía solo y empecé a cometer fechorías: romper ventanas, por ejemplo. Mi abuela me apuntó a clases de teatro, y a los 11 años ya sabía que quería ir a Londres y entrar en la Royal Academy of Dramatic Art.

No es fácil.

Pero aprobé el ingreso y también sufrí mi primera depresión a los 19 años; la superé y volví a mis estudios. A los 22 años ya era actor profesiona­l en el National Theater, y a los 27, en la Royal Shakespear­e Company.

Brillante.

Pero en 1995, estaba actuando como Mercucio en el Romeo y Julieta de Stratford-upon-Avon, cuando algo se rompió en mi interior. De repente, me cabreé por no haber sido elegido como Romeo por el director Adrian Noble.

Eso no es tan raro.

Pero me sentía como si estuviera ebrio y por entonces no bebía. Ahora me creía invencible. Estaba convencido de que todas las mujeres me encontraba­n irresistib­le.

¿Qué más sentía?

Me sorprendía a mí mismo mi capacidad de fabular. Llegué a soltar que me habían elegido para el equipo olímpico de windsurf cuando apenas sabía levantar la vela sin caerme.

¿Cómo se lo tomaban en su entorno?

Yo era un respetado miembro de la Royal Shakespear­e Company, pero empecé a notar que me trataban de un modo raro, que no era sino el espejo de mi propia locura. Me portaba como un gilipollas y me trataban como a tal.

¿Qué le estaba pasando?

Una psicosis. Un día te levantas y de repente es como estar dentro de una película de la que eres actor y espectador a la vez. Resulta insoportab­le. Así que me lié con otra actriz, una relación destructiv­a, perdí a mi compañera, que de verdad me quería, y acabé vaciando botellas de whisky para soportarme a mí mismo.

¿Por qué?

Es como si odiaras lo que haces, pero al mismo tiempo fueras incapaz de dejar de hacerlo. Mi madre me obligó a buscar ayuda. Pero los psiquiatra­s no sabían tanto como hoy, y caí en una paranoia en la que estaba seguro de que moriría: caería fulminado si volvía a un escenario, que es lo que más amo y más necesitaba. Era una tragedia que escribía sólo para mí.

¿Qué hizo entonces?

Empecé a tomar trenes y aviones y acabé en la isla griega de Skiathos. Me quedé sin dinero y la policía me detuvo. Llamé a un amigo y me envió el dinero para un billete de vuelta. Aquella chica sólo me soportó dos días y mi psicosis estalló. Fui a comprar gasolina y la derramé por todo su garaje; después tomé un ferry hacia Irlanda.

Eso fue un crimen.

Por eso me iba a tirar por la borda, pero, de repente, entendí que lo único que necesitaba era actuar. Me entregué a la policía, confesé y me internaron. Los psiquiatra­s me diagnostic­aron desorden bipolar y pasé diez meses recluido.

¿La casa de su novia ardió?

Gracias a Dios, no. No llegué a prenderle fuego. Me importaba más representa­r la acción que lograr sus efectos. Alguien olió la gasolina y simplement­e la limpiaron. Pero fui juzgado.

¿Estando diagnostic­ado como enfermo?

Sí, y podrían haberme internado en el manicomio de por vida, pero el juez me dijo: “Sé quién es usted: lo he visto en el escenario y es un magnífico actor. Así que voy a internarle tres años en el hospital para que le curen y vuelva usted a ser el gran actor que era. Si no se ha curado para entonces, se quedará allí”.

¿Funcionó?

A los cinco años ya estaba actuando de nuevo en The Globe Theater en Londres. En un Hamlet,

e invité a verme al juez, que vino y me felicitó.

Bien.

Por eso, estoy también aquí actuando, porque quiero explicar a los enfermos mentales y a sus familias que nadie estuvo más loco que yo ni fue más peligroso, y que aquí estoy, soy actor y estoy orgulloso de serlo. Mi madre y mi novia, que se casó comigo en el 2008, lo estan de verme.

¿Y ha estado bien hasta ahora?

No. La locura está siempre ahí, esperando. En mi caso, la ayuda de mucha gente buena pudo más que ella. Me descuidé una época y volví a recaer, pero también a luchar y a volver al teatro. Tuve gente maravillos­a, generosa, que me volvió a ayudar, y desde el 2013, sí, todo ha ido bien, pero necesito explicarlo en el escenario.

¿Por qué?

Porque siento que muchos de quienes me vienen a ver han sufrido como yo y nos ayuda compartirl­o. Los cuerdos también descubren al verme lo frágil de su cordura.

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