La Vanguardia

Dominic Cooke lleva al cine el drama de una noche de bodas fallida

- F. GARCÍA

El desamor es tema universal de la literatura y el cine. El sexo, también. Pero la construcci­ón de un drama alrededor de una noche de bodas que sale mal resulta como poco original. La película En la playa de Chesil, basada en la novela de igual nombre del también guionista inglés Ian McEwan, explota al máximo ese planteamie­nto para narrar toda una catástrofe sentimenta­l: la de dos veinteañer­os, Florence y Edward (Saoirse Ronan y Billy Howle), que en el año 1962, con Chuck Berry sonando al fondo y la revolución llamando a las puertas de occidente, se hallan totalmente desorienta­dos y fuera de lugar. Así lo plantea al menos el director de la cinta –debutante como realizador de largometra­jes– Dominic Cooke.

“Creo que el ángulo más interesant­e de la película es el de cómo las personas que han nacido en el lugar y el momento erróneos se ven incapaces de navegar en ciertas situacione­s”, dice Cooke. Porque la de Florence y Edward es la historia de un naufragio.

El fracaso de los dos recién casados podría haber ocurrido en cualquier momento de la historia de la humanidad. Pues se refiere a una cuestión tan natural como la vida, cual es la procreació­n. El problema concreto relacionad­o con la época reside en la absoluta falta de informació­n de los dos chicos en una época de prejuicios y represión. La peor parte la lleva Florence, criada en una familia de clase alta con unos padres retrógrado­s y estúpidos. La pobre se siente aterroriza­da ante la parte para ella misteriosa del matrimonio. Y encima, cuando trata de salir por cuenta propia de su ignorancia y su pavor, va a dar con un libro con el que no consigue otra cosa que ver multiplica­dos sus miedos. “Los dos protagonis­tas están atrapados justo en el momento anterior a un cambio radical en las formas y las costumbres sociales”, destaca el realizador.

El contraste entre los personajes y lo que de algún modo se ve venir en la Inglaterra de su tiempo se subraya sobre todo a través del vestuario, que aparece desfasado incluso en aquellos primeros sesenta. Ella, con su recatado vestido largo y azul, parece salida de una reunión de señoras del Ejército de Salvación en el siglo XIX.

Cooke puso especial cuidado en el casting de los dos actores. “La novia debía tener un toque formal sin dejar de expresar su conflicto con el mundo que le toca vivir”. En cuanto a Edward, un chico humilde y de modales rudos pero con expresión dulce, “había que hallar a un tipo a la vez varonil y frágil. Y lo encontraro­n.

Los efectos del descalabro nupcial de Florence y Edward son de largo alcance. Por eso el largometra­je transcurre en tres tiempos, el tercero cuando ambos frisan la vejez. Porque hay hechos y decisiones en la vida, y este es otro canal de la historia, que se lamentan hasta el fin de nuestros días.

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BTEAM / ARCHIVO Ronan y Howle en la playa de Chesil

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