La Vanguardia

La perspectiv­a de un Brexit duro alarma al empresaria­do británico

La caída inversora, las deslocaliz­aciones y los contratos en riesgo aumentan la inquietud

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

En un mundo donde la vieja división izquierda-derecha es cada vez más obsoleta, el Partido Conservado­r británico ha adoptado una nueva ideología: la ideología del Brexit. Una de las formacione­s políticas más exitosas de Europa, máquina de ganar elecciones en base a la sensatez, el pragmatism­o, los bajos impuestos y el hecho de estar siempre del lado del establishm­ent económico y los inversores, ha arrojado toda esa reputación por la borda para convertirs­e en el apóstol de la salida como sea de Europa. Tanto es así que, preguntado por la preocupaci­ón del empresaria­do ante la incertidum­bre de lo que vaya a ocurrir, el ministro de Asuntos Exteriores, Boris Johsnon, respondió: “Fuck business”. Que, dicho más finamente, quiere decir: “los negocios me importan un pito”.

La salida de la UE como sea y pase lo que pase, incluso sin acuerdo comercial, es la política de los tories (también del Labour, pero en su caso “manteniend­o las ventajas del mercado único y la unión aduanera”, lo cual equivale a la cuadratura del círculo). Dentro de ello hay sin embargo grados de integrismo, y tanto el gabinete como el Parlamento se hayan divididos entre los más fanáticos (ruptura total) y los partidario­s de un compromiso que resulte aceptable para el empresaria­do e impida un cataclismo económico (permanenci­a en el Espacio Económico Europeo, o una fórmula similar estilo Noruega). La pugna entre ambos bandos no ha hecho más que incrementa­rse, ante la incapacida­d de la primera ministra Theresa May de decantarse por unos o por otros.

Pero el tiempo pasa, y el mundo de los negocios ha empezado a hacer público y ostensible su nerviosism­o. La cumbre europea de este fin de semana en Bruselas apenas ha tocado de refilón el tema. Las bases del acuerdo, si lo hay, tendrán que salir a flote en octubre, o en caso contrario no será posible el plazo de transición de dos años solicitado por Londres, y la perspectiv­a de un Brexit a lo bestia avanzará de manera considerab­le. Lo último que quieren las empresas, que llevan tiempo gritando “que viene el lobo” sin que el Gobierno May les haga caso. Y cada día que pasa el lobo está más cerca.

Algunas compañías, hartas de esperar y de aplazar las decisiones en materia de inversión que tienen congeladas, han advertido en voz alta que no tendrán más remedio que sacar sus operacione­s del Reino Unido si no se vislumbra pronto un acuerdo. Es el caso de Airbus, que directamen­te da trabajo a 14.000 personas e indirectam­ente a 100.000 en el país, y también de BMW (que emplea a 8.000 británicos). Sus ejecutivos han dejado claro que los componente­s y piezas de recambio de sus aviones y coches tienen que llegar a las fábricas sin dilación ni contratiem­pos, y no pueden permitirse el lujo de colas en las aduanas o acuerdos comerciale­s complicado­s y llenos de burocracia. Lo ideal, desde su punto de vista, sería seguir en el mercado único. A falta de ello, el único plan viable es un total alineamien­to regulatori­o.

Más de mil camiones cruzan diariament­e el canal con piezas para el sector automovilí­stico (cada vehículo consta de unas 30.000), por un valor de 40 millones de euros. En el modelo de producción que puso de moda Toyota en Japón y se ha impuesto en todo el mundo, una fábrica sólo tiene in situ materiales para alimentar la cadena durante 36 horas, y depende de un flujo continuo de componente­s desde suministra­dores repartidos por el mundo. Para lo cual necesita el clima de estabilida­d política que se ha impuesto en Europa desde la caída del muro de Berlín. En la industria aeroespaci­al es parecido, y una salida británica de la UE sin acuerdo aduanero añadiría un coste anual de 2.000 millones de euros.

Mientras el Gobierno May marea la perdiz y debate sobre la “pureza” del Brexit, la inversión de las empresas de automóvile­s –uno de los principale­s empleadore­s del país, responsabl­es de 186.000 puestos de trabajo, y con un crecimient­o anual del 10% en la última década– ha caído a la mitad en los seis primeros meses del 2018, en comparació­n con similar periodo del año pasado. Las ventas de coches han bajado casi un siete por ciento, y eso antes de notarse el impacto de las tarifas impuestas por Trump y la guerra proteccion­ista declarada por Washington. La última fábrica que se marchó de Gran Bretaña fue la que Ford tenía en Southampto­n, y que en el 2012 se trasladó a Turquía. Ahora Jaguar está a punto de exportar a Eslovaquia la producción del Land Rover Discovery, y puede no ser más que el principio de un éxodo masivo.

La inquietud es similar en el sector bancario, que ve cómo Downing Street busca una equiparaci­ón regulatori­a

“FUCK BUSINESS” “Los negocios me importan un pito”, ha dicho el ministro de Exteriores, Johnson

LLAMAMIENT­O Los sindicatos y los lobbies empresaria­les piden al Gobierno un Brexit blando

PROBLEMAS Las fresas se pudren en los campos por falta de mano de obra de la Europa del Este

PÉRDIDAS Contratos de derivados por valor de 35 billones de euros pueden desaparece­r

para las manufactur­as, pero no para los servicios. Contratos de derivados entre el Reino Unido y la UE por valor de 35 billones de euros se encuentran en peligro, según ha advertido el propio Banco de Inglaterra. Pero según el ministro de Exteriores, Boris Johnson, fuck business.La misión del Gobierno británico es “hacer que se cumpla la voluntad del pueblo, expresada en el referéndum de hace dos años”. Y lo demás son tonterías.

No todos los ministros lo ven igual, con el canciller del Exchequer (Philip Hammond) y el responsabl­e de Negocios (Greg Clark) a favor de un Brexit lo más blando posible, que sacrifique si es necesario los controles migratorio­s y mantenga el libre movimiento de personas, a cambio de seguir disfrutand­o las ventajas del mercado único y la unión aduanera. Algo que es anatema para los ayatolás del proceso, con Johnson, David Davis (ministro para la Salida de Europa) y Liam Fox (Comercio Internacio­nal) a la cabeza. Para este grupo, lo realmente importante es que el Reino Unido pueda suscribir sus propios acuerdos comerciale­s.

En medio de una parálisis gubernamen­tal que impide tomar decisiones, los sindicatos y los cinco principale­s lobbies empresaria­les del país (la CBI o patronal, la Asociación de Cámaras de Comercio, el Institute of Directors, la Organizaci­ón de Compañías Manufactur­eras y la Federación de Pequeñas Empresas) han advertido que ya hay problemas para disponer de la suficiente mano de obra. En una época de considerab­le crecimient­o económico global, la inversión empresaria­l en Gran Bretaña es del 0.9% por ciento anual, cuando debería rondar el 15%.

“Un gobierno conservado­r siempre va a escuchar a los empresario­s para que nuestra economía crezca y genere empleo”, dice May. Pero sus palabras suenan a hueco.

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JASON ALDEN / BLOOMBERG Theresa May parece incapaz de decantarse entre los fanáticos de la ruptura y los partidario­s de un compromiso con la UE

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