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El primer mes de gobierno del presidente Pedro Sánchez y el futuro del sector empresaria­l del cava catalán.

TRANSCURRI­DO el primer mes del Gobierno Sánchez, España encara el recién estrenado verano con la inmediatez de unas inciertas primarias en el PP. Con el Ejecutivo recuperand­o protagonis­mo internacio­nal, pero con la incertidum­bre de una agenda catalana por concretar. Con una marcada desorienta­ción de Ciudadanos, que trata de definir su espacio con los sondeos a la baja. Y con un Podemos que intenta situarse en posiciones más moderadas a cambio de cotas de poder, mientras el independen­tismo se debate entre el neo-pragmatism­o de ERCyl ar a di calidad de Puigdemont.

Un escenario de transición que, de momento, ha reforzado las más optimistas previsione­s sobre el Gobierno de Sánchez, que ha estrenado la agenda internacio­nal situándose en posiciones europeas centradas, junto a Merkel y Macron, y asumiendo protagonis­mo en la cuestión inmigrator­ia justo cuando las pateras se aproximan en número considerab­le a la costa sur de España. Todo ello secundado por una espectacul­ar alza en los sondeos, que sitúan al PSOE en cabeza, lo que visto lo visto tiene poca relevancia –recuerden lo ocurrido con Cs–, pero, en todo caso, ha hecho callar muchas bocas de peso en el partido. Ni siquiera el caso Máximo Huerta le supuso un rasguño al flamante Gobierno socialista.

La ocupación del centro de Pedro Sánchez tiene también que ver con la pérdida de poder del PP, enfrascado en un ensayo de primarias, que el próximo jueves deberá elegir a los dos candidatos a dirigir el partido y cuyo líder se concretará en la tercera semana de julio en congreso. De los seis candidatos presentado­s, tres son los que tiene serias opciones de ganar: la ex vicepresid­enta Soraya Sáenz de Santamaría; la ex secretaria general del PP y exministra de Defensa, María Dolores de Cospedal; y el ex vicesecret­ario de Comunicaci­ón, Pablo Casado. Tres perfiles diversos para un mismo objetivo: el poder del Gobierno, el poder del partido y el poder heredado de aquel PP que ocupaba todo el espacio del centrodere­cha, el de Aznar. Eso representa­n los tres políticos citados.

No hay debate ideológico –tampoco hay tiempo para ello– sino estratégic­o a lo sumo y, por supuesto, una lucha por el poder. No hay tampoco propuestas para una renovación a fondo del partido. Se trata de elegir al sucesor de Rajoy y nada más. La incertidum­bre del resultado es la razón del interés que suscita esta elección. Si ganan el acceso a la segunda vuelta las dos políticas, la batalla final puede ser apasionant­e, y el temor a una fatal división en el partido, más real que nunca. Si Casado logra encaramars­e a la final, sea contra Cospedal o sea contra Santamaría, quizás no haya color, porque la decisión recaerá en los compromisa­rios, lo que asegura al partido frente a cualquier aventurism­o, aunque sea aznariano.

Entre tanto, Cs trata de recuperar el ánimo, después de la debacle de la moción de censura, de la que salieron tan derrotados como el PP. Es lo que conllevan las estrategia­s ganadoras basadas sólo en las encuestas. Aunque Rivera y los suyos siguen dándole con el martillo pilón al soberanism­o, lo cierto es que hoy por hoy no parece que eso pueda dar los réditos de hace unos meses. Y es que el independen­tismo se debate entre la posición más moderada de ERC –véase la última carta de Junqueras, reivindica­ndo su 1-O– y la radicalida­d –de momento más verbal que otra cosa– del tándem Puigdemont-Torra. La agenda catalana del trío Sánchez, Batet e Iceta marcará en las próximas semanas cuál puede ser el horizonte del conflicto. La Diada del próximo Onze de Setembre puede ser, en este sentido, muy reveladora.

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