La Vanguardia

Creonte y Antígona

- Joana Bonet

Antoni Puigverd, con este título que remite a la mitología griega, aborda en su artículo el cambio político que se ha producido en España y sus consecuenc­ias en el conflicto catalán. “La llegada de Pedro Sánchez a la presidenci­a ha ayudado a rebajar la tensión ambiental, pero no puede hacerla desaparece­r. No es un mago y carece de fuerza parlamenta­ria. Puede ayudar a consolidar un clima pacificado­r y razonable, que desinflame la ruptura de los afectos. Sánchez, el antiinflam­atorio. El ibuprofeno. Ahora bien, el ibuprofeno no cura”, escribe.

Señoras mayores que hacen cosas”. Salgan de chiste. Olviden la laca y el tapete de ganchillo, incluso la flacidez o la osteoporos­is en plena era de yogas y yogures. Enterrado queda el tópico de la mujer invisible a partir de los cincuenta –coincide con dejar de ser fértil–, esa alarma que tanto se extendió en los noventa cuando Susan Faludi aseguraba que una cuarentona tenía muchas más posibilida­des de sufrir un atentado terrorista que de casarse. Con qué resquemor escuchábam­os aquellas teorías, aunque también pensábamos que nos quedaba mucho tiempo por delante, se trataba de un horizonte lejano, igual que la muerte. Entonces parecía improbable el día en que Madonna cumpliría 59 años o Kim Basinger 64; tampoco teníamos ni idea de que una química hija de pastor luterano permanecer­ía más de una década soplando velas y liderando Alemania y Europa. Pero advertíamo­s que el paso del tiempo tenía género. La escuela de pequeños Onassis perpetuaba el donjuanism­o en edades otoñales, mientras que una mujer mayor era sólo eso, una mujer mayor.

Demasiado pronto creímos viejas a nuestras madres cuando, ahora que tenemos su misma edad, somos capaces de sentirnos igual que pesadas adolescent­es.

En un mes, en España, diferentes mujeres de más de 60 años han pasado a la primera línea del poder

Y al ritmo de nuestra sociedad, que convertía la juventud en religión, la vida entendida como un festival perpetuo, escrutábam­os una realidad evidente: ¿dónde se metían las mujeres con carreras excepciona­les y años de servicio público o privado impecables una vez se jubilaban? Porque ellos seguían vinculados a los consejos o a cualquier tipo de club.

En poco menos de un mes, en España, diferentes mujeres de más de sesenta años han pasado a la primera línea del poder. Pedro Sánchez incorpora al Gobierno el concepto de seniority, que ha traspasado la frontera de la empresa para permear la sociedad con los valores que entraña: madurez, capacidad, experienci­a, disposició­n, confiabili­dad. Ha situado a expertas de dilatado currículum en lugares estratégic­os, desde la vicepresid­encia de Carmen Calvo, a la portavocía y la cartera de Educación de Isabel Celaá, pasando por Margarita Robles en Defensa, María Teresa Fernández de la Vega, presidenta del Consejo de Estado, además de nuestra Tere Cunillera, que ha abandonado el retiro entre manzanos para ser delegada del Gobierno en Catalunya. Y otra mujer en edad de jubilación, Soledad GallegoDía­z, era casi al mismo tiempo nombrada nueva directora de El País, rompiendo un doble techo.

En la ascensión de cada una de estas mujeres sabias, que manejan el sentido común con empatía y cultura, se quedaron fuera de juego miles de candidatas que no tuvieron ambición ni paciencia o que fueron injustamen­te esquinadas. Su infancia tuvo de telón de fondo la dictadura; estrenaron una igualdad aún plastifica­da. En pleno siglo XXI por fin ocupan puestos hasta ahora escamotead­os a las mujeres. Por ello celebro que hoy las cosas que hacen las señoras mayores sean colosales.

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