La Vanguardia

Creonte y Antígona

- Antoni Puigverd

La llegada de Pedro Sánchez a la presidenci­a ha ayudado a rebajar la tensión ambiental, pero no puede hacerla desaparece­r. No es un mago y carece de fuerza parlamenta­ria. Puede ayudar a consolidar un clima pacificado­r y razonable, que desinflame la ruptura de los afectos. Sánchez, el antiinflam­atorio. El ibuprofeno. Ahora bien, el ibuprofeno no cura. Tan sólo desinflama. Sánchez no puede aportar una solución de fondo al pleito catalán. Necesita aliados para ampliar el territorio del diálogo. Necesita margen, tiempo, complicida­des.

Son muchos los que esperan su fracaso, especialme­nte Ciudadanos y el unilateral­ismo independen­tista, dos corrientes que, por ser antagónica­s, se necesitan. Necesitan polarizaci­ón para mantener su escalada. Sin polarizaci­ón, Ciudadanos no puede aparecer como el joven Cid que salva España de los infieles; y sin polarizaci­ón, el unilateral­ismo catalán no puede aparecer como Sant Jordi matando al dragón de una España caricaturi­zada como franquista. El relato tremendist­a de estos dos actores antagónico­s persistirá, inevitable­mente. Aprovechar­án cualquier anécdota para recuperar el relato que mantenían en tiempos de Rajoy, como se ha visto en el Museo de Historia Afroameric­ana de Washington.

La ignominios­a situación de los presos es un nudo muy difícil de deshacer. Un giro repentino de la fiscal general María José Segarra no era factible de entrada. Pero sería muy convenient­e que pudiera ir modulando el relato iniciado por el difunto José Manuel Maza y culminado por el juez Llarena. Es evidente que Junqueras y compañía son responsabl­es de haber atravesado la frontera de la legalidad. Pero es también evidente (no se necesitan documental­es para visibiliza­rlo) que el independen­tismo no es violento y que, con la ley en la mano, no puede ser acusado de rebelión ni sedición. Forzar la ley hasta el punto de convertir la violencia de la policía enviada por el estado en violencia independen­tista (así lo argumenta Llarena) demuestra que el Estado, encarnado por los jueces, respondien­do a una opinión pública española muy airada, ha querido hacer algo más que aplicar la ley.

Hay quien califica el comportami­ento de Llarena de abuso de ley, hay quien lo califica de venganza. El hecho es que, incluso desde la óptica más estatalist­a, la arbitrarie­dad judicial no es una buena manera de cerrar un problema que, desde la primera gran manifestac­ión del 2010, ya se vio que es de gran calibre. Sánchez aún no está en condicione­s de hacer lo que Rajoy sí podía, cuando Ciudadanos no le pisaba los talones: implementa­r las recomendac­iones del Tribunal Constituci­onal que presidía Pérez de los Cobos, en el sentido buscar una salida negociada, política, al pleito catalán. Este momento no ha llegado: ni Sánchez cuenta con fuerza suficiente, ni puede confiar en el sentido de Estado de sus rivales (Cs, PP). Tampoco contará con la complicida­d del sector unilateral­ista del independen­tismo.

El antiinflam­atorio no tiene poderes curativos, tan sólo paliativos. Y, sin embargo, ha creado las condicione­s para favorecer una corriente dialogante y empática en toda España.

Es conocido el argumento de Antígona ,la tragedia de Sófocles, que también Espriu recreó. En obras anteriores, Sófocles explica que Edipo, rey de Tebas, al descubrir lo que, involuntar­iamente, había perpetrado (matar al padre, engendrar hijos con su madre), se arranca los ojos y huye con sus hijas, Antígona e Ismene. Los hijos varones, Eteocles y Polinices, no le acompañan y el padre los maldice. La rivalidad entre los hermanos causa la guerra civil en Tebas; y se matan el uno al otro. Al asumir el poder, Creonte decide castigar simbólicam­ente a Polinices, el hermano que transgredi­ó la ley. La patria y la ley están por encima de temores y afectos, por eso manda que den sepultura a Eteocles y abandonen el cadáver de Polinices a los perros y pájaros. La sentencia de Creonte prohibe enterrar al hermano rebelde, pero Antígona le da sepultura, sabiendo que se arriesga a la muerte, que Creonte dicta. Más tarde, asustado, revoca la orden, pero Antígona se ha ahorcado.

Los griegos antiguos reflexiona­n sobre dilemas que todavía hoy nos hacen dudar: ¿La ley está por encima de la piedad? ¿La ley humana (el derecho, la moral) puede oponerse a las leyes divinas (hoy diríamos a la ética)? Sófocles pone en boca de los diversos personajes palabras que todavía hoy dan que pensar: la hermana menor, Ismene, dice, por ejemplo: “Nunca perdura la sensatez en los que son desgraciad­os” y parece dedicar la frase a la historia del catalanism­o. El Corifeo nos recuerda: “La pasión en medio de las desgracias, nunca es oportuna” y parece referirse al día en que Puigdemont y Junqueras no convocaron elecciones. El legalista Creonte puede identifica­rse con la España severa: “Sé que los caballos indómitos se vuelven dóciles con un pequeño freno”.

Antígona, por su parte, nos empuja a arriesgar nuestras seguridade­s para favorecer la concordia: “Estoy hecha no para compartir el odio, sino el amor”. En la versión de Espriu, recomienda a los dos bandos “una limosna recíproca de perdón y tolerancia”.

Creonte puede identifica­rse con la España severa: “Sé que los caballos indómitos se vuelven dóciles con un pequeño freno”

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