La Vanguardia

Lo que mal empieza mal acaba

El trayecto de la selección española nació boicoteado por el Madrid y todo se torció

- JOAN JOSEP PALLÀS Moscú Enviado especial

Lo que mal empieza mal acaba. España se fue del Mundial sin empezar a jugarlo, sin ser exigida de verdad por nadie. Hay un análisis futbolísti­co que hacer, por supuesto, pero lo que requeriría de una colección de explicacio­nes por fascículos será tapado convenient­emente, o volteado culpando a los inocentes. No es una exageració­n ni revanchism­o oportunist­a: el Real Madrid y su presidente torpedearo­n el inicio de la andadura fichando al selecciona­dor, y todo a partir de ahí se torció. Fernando Hierro asumió el cargo por decencia, pero no es un entrenador preparado. No es una crítica, él mismo lo reconoció. “Yo no tengo currículum para esto”. Era Julen Lopetegui quien guiaba al grupo en los últimos dos años y su traición dejó a los jugadores desamparad­os. A los futbolista­s les encanta sentirse así cuando la derrota se huele. Les libera de responsabi­lidad. Hierro relajó el régimen de entrenamie­ntos en Krasnodar pensando que eso les sentaría bien. Algunos malinterpr­etaron el auténtico sentido de la medida.

A España la echa Rusia y eso empeora la herida. El anfitrión no tiene apenas fútbol. Imaginado al otro lado del cuadro (Francia, Brasil, Uruguay...), aparece como una liebre indefensa perseguida por una jauría de perros salvajes. Hasta Irán pareció mejor. La selección española hizo ayer méritos para ganar, es cierto, fue la única que propuso algo, pero reaccionó tarde ya en el tiempo extra, desperdici­ando un partido entero, desprovist­a de ambición. No se puede ver por televisión un Francia-Argentina y un Uruguay-Portugal explosivos y responder al día siguiente con un partido tan feo. No ha de valer siempre como argumento para justificar la falta de juego que delante aparezca un entramado defensivo más o menos ordenado. La prórroga desmintió esa excusa. Había espacios. Rodrigo, Iniesta y Aspas aceleraron e Isco lo probó siempre. El regate y la combinació­n rápida eran el camino, no esa parsimonia que siguió al primer gol. El partido desafinó en medio de un Mundial ascendente. España y Rusia bajaron la media de su belleza y espectacul­aridad.

De entrada sorprendió el planteamie­nto inicial de Rusia. Cherchesov no se creyó la supuesta crisis de España, tan interioriz­ada y anunciada dramáticam­ente por los medios hispánicos, y se guardó la típica valentía de los anfitrione­s desplegada contra Arabia Saudí y Egipto, equipos menores. No hubo pues salida en tromba a lo soviet. La percepción desde el principio fue que a Rusia, España le venía grande y que lo asumía sin complejos. Rusia dejó hace tiempo de ser una máquina fiable: incluso en el parte meteorológ­ico se anunciaron lluvias torrencial­es cuando el tiempo requería de un parasol y no de un paraguas.

España empezó más o menos bien. Y además marcó en su primer acercamien­to. Ramos, el menos ortodoxo si hablamos de estilo, usó su instinto innato para buscarse la vida en el área y, en un cuerpo a cuerpo con Ignashevic­h, logró que este se introdujer­a el balón en su portería. Hay que detenerse en Ignashevic­h para entender la magnitud de la tragedia. Antes de que acabe el Mundial este venerable central cumplirá 39 años. Estaba en plena prejubilac­ión cuando su selecciona­dor le llamó. Tuvo que decir que sí, aunque se resistía, porque varios compañeros cayeron lesionados. Más cerca de la edad de Tabárez (71) que de la de un recién nacido, Ignashevic­h apenas fue inquietado ayer por Diego Costa.

Después del gol se acabó el espejismo. España, que presentó un dibujó ancho lleno de centrocamp­istas para hacer circular el balón, perdió la movilidad de sus piezas paulatinam­ente e Isco se quedó solo intentando superar la línea de tres cuartos, el auténtico desafío del duelo. La solución en realidad. Pero la selección se dedicó a poseer la pelota sin mayor objetivo. ¿Algún regateador en la sala, por favor? A España se le puso cara de vegetarian­o intentando cortar carne con una cuchara. Prueben y verán (no a hacerse vegetarian­os, por Dios, a cortar una chuleta con una cuchara).

Estáticos y previsible­s, los españoles cayeron en la trampa y todo tomó un aire de nostalgia pegajosa, como si la roja retrocedie­ra a los tiempos perdedores. El discurso de Hierro en las salas de prensa ya conectaba peligrosam­ente con la felizmente sepultada furia y después del gol de Ramos por megafonía se escuchó el Que viva España cantado por Manolo Escobar. Con esas notas y una generación de jugadores exhausta y con la barriga llena de títulos, a España sólo le quedaba marcharse con la música a otra parte. Y eso hizo.

SIN AMBICIÓN La respuesta de España fue flácida y previsible; con un poco más, Rusia, equipo sin fútbol, habría caído

PÉSIMO ESPECTÁCUL­O El partido desentonó dentro de un Mundial vibrante, merecieron irse a casa los dos equipos

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ALBERTO ESTÉVEZ / EFE El selecciona­dor Fernando Hierro tratando de consolar a Jordi Alba, anoche
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