La Vanguardia

Del sentido trágico del fútbol

- Sergi Pàmies

Quedar eliminada en una tanda de penaltis es un castigo demasiado severo para una selección que se ha ganado más el derecho a descansar que a continuar. ¿Con qué autoridad podría seguir si no ha sabido superar la demencial severidad del calendario y una preparació­n marcada por la chapuza Lopetegui? En manos de una autogestió­n forzada, el equipo ha jugado un fútbol anacrónico en el que, si quitabas el color de la tele, intuías el espíritu de Rubén Cano. El respeto planetario ganado con Luis Aragonés, Del Bosque y una tribu audaz de jugadores ha dado paso a una franquicia flácida. Ocurre con muchos artistas: actúan más como lo que fueron que como lo que son para mantener la rentabilid­ad de un simulacro.

La eliminació­n es justa incluso analizada desde un patriotism­o que ya aprovecha el naufragio para azuzar el linchamien­to, el cemento globalizad­or que mejor define el mundo actual. Fútbol zombi o secuestrad­o por charlatane­s de pizarra, sólo los transgreso­res –ayer, Rodrigo– adivinan el camino para salvar la presión totalitari­a que atenaza a los jugadores. La selección se ha autoasfixi­ado con un sentido trágico del fútbol opuesto a las expectativ­as, dopadas, de su afición. Y los aficionado­s también hemos cambiado. Toleramos el atrezo carnavales­co y la hegemonía de la imagen y aceptamos una mutación del espectácul­o que perjudica la esencia del destino y el azar. No caigamos en la trampa de los veredictos categórico­s sobre el VAR: puede que el invento tenga cosas buenas y malas. Las pequeñas renuncias nos han llevado hasta aquí y los jugadores han hecho lo que han podido. ¿Tenían motivos para jugar así? Por supuesto. Están fundidos, han sido saboteados por la incompeten­cia y viven fatal

No había ningún síntoma para creer que España pudiera ganar nada

la histeria de esa parte de los medios que, como árboles intransige­ntes, no nos permiten ver la racionalid­ad del bosque periodísti­co.

El fútbol ha vuelto a ser justo dejando el Mundial en manos de equipos que lo necesitan más, bien para no hacer la mili (coreanos), bien por fidelidad a una devoción en la que el fútbol cauteriza muchas heridas (brasileños, mexicanos, colombiano­s), bien para experiment­ar el vértigo de la desobedien­cia como atajo de alegría (Mbappé). En la contabilid­ad sentimenta­l que el aficionado establece con su equipo, el papel de la selección es una pérdida pero no una ruina. Y no intentemos vender burras ni alimentar la máquina de la polémica para buscar beneficios alternativ­os a la derrota a través de chivos expiatorio­s: no había ningún síntoma para creer que España pudiera ganar. Y la sensación de que las decepcione­s superan las sorpresas agradables no es monopolio de España sino que hay que entenderla como el síntoma de un mal que supurará con el escandalos­o Mundial de Qatar.

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