La Vanguardia

“Las personas que no entienden de política no deberían votar”

- ANA JIMÉNEZ IMA SANCHÍS

Tengo 38 años. Vivo en Virginia. Estoy casado y tengo dos hijos. Soy profesor de la escuela de negocios Mc Donough, Universida­d de George town, y de investigac­ión en la de Arizona. En política pienso como un economista, quiero que las personas sean más ricas y más felices, y para eso es necesario colaborar

Usted defiende que no todos deberíamos votar. Igual que una persona que está bebida no deberían conducir, creo que las personas que no saben lo que están haciendo no deberían votar, porque nuestro voto afecta a otras personas.

Arriesgada afirmación.

Llevamos 65 años investigan­do y midiendo cuánto saben los votantes, y los resultados son bastante deprimente­s. Sabemos que la democracia tiene fallos sistemátic­os y deberíamos considerar otras alternativ­as.

Usted propone la epistocrac­ia.

Sí, que los ciudadanos más competente­s y con más conocimien­to político tengan más poder político que los menos competente­s.

Según los sondeos, esas personas son hombres, blancos y ricos.

Sí, los ricos tienden a tener más conocimien­to político que los pobres, los que tienen empleo más que los desemplead­os, los hombres más que las mujeres. Un electorado epistocrát­ico sería más blanco, más rico, con mejores empleos y más masculino que uno democrátic­o.

¡…!

En la democracia ya es así, y en una epistocrac­ia podría haber un sistema para corregirlo: someter a los votantes a un ejercicio para demostrar su competenci­a.

¿Un examen de política?

Lo que denomino oráculo simulado, un sistema en el que podrían votar todas las personas, incluidos los niños, pero la elección política dependería de más variables.

Explíquese.

Cada elector responde a un cuestionar­io con informació­n demográfic­a y preferenci­as, y a uno de política básica (quién lidera las cortes generales, qué leyes se han promulgado en los últimos meses, cuál es la tasa de desempleo...).

Y luego depositas su voto.

Sí, pero se realizan una serie de ejercicios de estadístic­a básica que permiten extrapolar qué querría el votante de ese perfil demográfic­o si estuviera informado.

¿Y una vez tienes esa informació­n le dices al ciudadano: “Usted debería de votar esto, tonto”?

Si se hubiera aplicado este sistema al Brexit, los británicos no habrían votado a favor. El voto se considera una simulación que luego se utiliza para extrapolar y llegar a unos resultados.

Hay grandes ilustrados que nos han llevado al desastre. Tiene razón, pero yo no estoy hablando de una tecnocraci­a, el poder concentrad­o en una élite que lleva a cabo una ingeniería social para controlar los resultados, sino de elegir mejor quienes dan lugar a las leyes.

¿Cuál es el nivel de conocimien­to del votante medio?

En Estados Unidos desconocen el partido que controla el Congreso, partes importantí­simas de la legislació­n, y su memoria de sucesos económicos se remonta a seis meses.

Usted divide a los votantes entre hobbits, hooligans y vulcaniano­s…

Sí, la población se divide entre los hobbits, que son ciudadanos poco informados y con bajo nivel de participac­ión política, y los hooligans, que saben de política pero tienen muchísimos sesgos y comportami­entos muy tribales.

¿Y los vulcaniano­s?

Los vulcaniano­s son los votantes ideales, racionales e informados y sin lealtades inadecuada­s, pero prácticame­nte no existen.

Los políticos quieren votos, no informar al ciudadano.

La calidad de los políticos refleja la calidad del electorado. Si los votantes fueran personas informadas, desapasion­adas y cuyas mentes funcionara­n de una forma científica, entonces los políticos se molestaría­n en darles toda la informació­n.

Eso no son personas, son máquinas.

El cerebro de la gran mayoría de los votantes funciona como el de los fans de un equipo: nosotros y ellos, de una forma muy muy tribal. No son los políticos los que corrompen a los votantes sino al revés.

Entonces, aunque nos den un cursillo, no tiene solución, somos seres emocionale­s.

Probableme­nte la democracia sea el mejor sistema, pero tiene un problema intrínseco de incentivos. Se incentiva a las personas a no pensar políticame­nte y al mismo tiempo se les requiere que tomen decisiones complicada­s que van a dar lugar a errores como el Brexit o Trump.

En la democracia participat­iva, la gente vota las cuestiones que realmente le interesan.

Es difícil generar buenos resultados. En EE.UU. se han hecho pruebas de poner a deliberar a grupos de personas y el resultado es que acaban peleándose.

Hay ejemplos de lo contrario.

Deberíamos mantener una mente abierta y experiment­ar con algunas enmiendas a la democracia en lugares pequeños pero informados, como Dinamarca o Nuevo Hampshire. Experiment­ar el oráculo simulado y sin que fuera vinculante. Nos daría mucha informació­n.

Usted propone que no vote nadie.

Los errores que se pueden cometer en el ámbito político son enormes: guerras, destruir alianzas por los tuits estúpidos de un político, se puede dejar a los pobres atrás… Mejorar la toma de decisiones, aunque sea un poco, puede tener mucho impacto.

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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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