La Vanguardia

La santa indignació­n

- Joaquín Luna

Basta con escuchar ciertas tertulias, a los abogados de siempre y a los medios de comunicaci­ón públicos de Catalunya para llegar a la conclusión de que el traslado de políticos independen­tistas a prisiones catalanas no es motivo de alegría, satisfacci­ón o cualquier otro sentimient­o humano positivo. Más bien lo contrario: santa indigna ción.Co mm ed’ habi tu de ...

No es muy atractivo sumarse a un movimiento político-sentimenta­l tan pendular en el que, pase lo que pase, el resultado final es siempre el mismo: la frustració­n. ¡Menudo negocio!

Ayer, parecíamos más contentos algunos no independen­tistas, ingenuos de nosotros, por creer que el acercamien­to penitencia­rio aminoraba el sufrimient­o personal –ese que no veo por ningún lado en los exilios dorados– de presos y sus familiares y –por ende– el de quienes les apoyan.

Quizá exista, pero no he sabido yo captar esa alegría entre quienes se llenan la boca con los políticos presos. Y nomedirán que no ha llegado ya la hora de encontrar puntos de acercamien­to entre los ciudadanos y de abandonar la obstinació­n por romper muros a cabezazos para luego quejarse de la brecha.

Nada de alegrías sino otro agravio a pesar de que el protocolo del traslado es el mismo que se aplica a todo ciudadano por decisión –entre otros– de quienes con sus escaños en el Congreso de los Diputados y el Parlament hubiesen podido modificar aquellos puntos que hoy son motivos de quejas, dramas y lamentos.

–¡Los queremos libres!

Ya. Y yo que me suban el sueldo, rebajado en su día por la sentencia judicial de mi divorcio. Y que no haya muertos ni flores en el mar.

Se trata de un primer paso en la bue- na dirección. No me sean palestinos: parece que aquí no se hace camino al andar sino al inmolarse (cobrando a fin de mes, eso sí, como durante la aplicación del artículo 155, ¡ni una dimisión!). La industria de la desconexió­n –nada que ver con el soberanist­a de la calle– parece enfurruñad­a con los atisbos de distensión que permiten que a un pequeño paso le siga otro.

Cada uno es muy libre de sentir, hacer política o pasar la vida a su manera. Hay muchas personas que acuden a una fiesta y todo les parece mal. Entre estas, destaca un arquetipo fantástico: el cuñadista, aquel que está deseando que tampoco los demás disfruten porque le duele la muela, es un soso o un rata.

Desde el exterior, el soberanism­o da síntomas de prohibirse alegrías y de haber cambiado “las sonrisas” por un rictus cada vezmás cenizo, incapaz siquiera de celebrar que sus presos duerman más cerca de casa. Y con las ventajas –¿o no?– de estar bajo custodia de la Conselleri­a de Justícia.

El camino a la república se parece a un valle de lágrimas. Rentable para unos pocos y resignado para la mayoría. Las cruces... ¡en las iglesias!

No entiendo nada: el soberanism­o se indigna incluso con el traslado a Catalunya de sus presos

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