Estados de opinión frágiles
El pesimismo europeo penetra en los discursos que los partidos populistas construyen ante masas cada vez más numerosas y más nacionalmente euroescépticas. Aquella idea tan racional de que la identidad europea implica la coexistencia de todas las identidades a la vez se esfuma en la atmósfera excluyente que invade el debate político europeo.
No estamos en un espacio de convivencia y de protección de minorías. El discurso de Matteo Salvini en Italia podía haberse pronunciado hace noventa años. Las dificultades de Angela Merkel para superar la crisis de los refugiados son una amenaza para su Gobierno, pero también para la cohesión de la Europa que no puede sobrevivir sin una Alemania políticamente estable.
La crisis de los refugiados está hoy más en la mente que en la realidad a tenor del drástico descenso de migrantes que llegan a Europa central. No es sólo el miedo a los que puedan llegar sino a la misma idea de la Unión Europea. Salvini nombró a los enemigos, entre los que se encuentran Bruselas, George Soros, la izquierda radical chic, Matteo Renzi... El ministro de Agricultura, Gian Marco Centinaio, resumió el nacionalproteccionismo ambiental con esta frase lapidaria y un tanto primaria: “Los productos italianos son los mejores. No esa basura que provoca cáncer que nos mandan de fuera”.
Lo más inquietante es que este mensaje gana votos cada vez que se abren las urnas. Esta idea no tiene nada que ver con la Europa de George Steiner, la de los cafés, las conversaciones, los paseos bordeando los ríos o el encuentro de artistas, escritores y filósofos. Surge la Europa proteccionista, xenófoba y ultraliberal en lo económico que enlaza con el discurso de Trump y con el Brexit.
Occidente en general y Europa en particular afrontan amenazas graves, pero, como siempre, Europa renacerá de sus propias cenizas porque los valores de la libertad y la dignidad humanas que impulsan la civilización occidental siguen siendo el sueño de la inmensa mayoría de la humanidad y no van a ser destruidos por quienes se dedican a levantar fronteras mentales, materiales y políticas como cordones sanitarios para impedir la llegada de los otros. La historia ha demostrado que los muros caen y las ideas y las personas vuelven a circular libremente en situaciones políticas nuevas.
Víctor Klemperer, un judío que consiguió sobrevivir en la Alemania nazi por haberse casado con una aria y que siguió viviendo en Dresde al terminar la guerra, escribió sus apuntes filológicos sobre la lengua del Tercer Reich. Veía cómo Europa se acercaba a su tragedia y en agosto de 1935 se acordó del discurso pronunciado en Zurich en 1922 por Paul Valéry en el que el poeta francés expresó con absoluta nitidez que el espacio europeo es una abstracción. Al entender de Valéry, Europa se halla allí donde ha penetrado el trinomio formado por Jerusalén, Atenas y Roma o, dicho de otra manera, por la Hélade, la Roma antigua y la Roma cristiana inspirada en la religión de Israel. En este sentido, Estados Unidos sería una formidable creación europea. Valéry no se refiere a la potencia europea que muestra síntomas de declive sino al espíritu europeo que ha creado la civilización más creativa de la historia.
Una de las consecuencias de aquellos días tenebrosos de la Europa de los años treinta es la convicción de que la irreflexión y la capacidad de embrutecimiento de las masas formaba parte de la estrategia para alcanzar el poder y mantenerlo cerrando las puertas a las libertades individuales y colectivas.
Europa se repliega en viejos planteamientos que fueron el origen de grandes tragedias en los últimos cien años. Se buscan respuestas sencillas a problemas muy complejos. Los liderazgos se ejercitan en las cuestiones actuales, siguiendo las encuestas y respondiendo a los miedos de multitudes mal informadas o impulsadas por la propaganda que circula a sus anchas por medios con pocos escrúpulos
La atmósfera excluyente que invade el debate político europeo es una amenaza para las libertades de las minorías
o convenientemente subvencionados.
La pugna por la dirección de Radiotelevisión Española no es una cuestión banal. Como tampoco lo es el control político e ideológico del espacio público catalán de comunicación. Estos altavoces tan potentes aquí o en Polonia, Hungría, Italia, Rusia... alimentan los sentimientos más retrógrados y populistas creando estados de opinión que nada tienen que ver con el espíritu europeo.
Los moralistas de todos los tiempos han lamentado siempre la profunda decadencia moral de los días en que vivían. Esta afirmación del filósofo holandés Johan Huizinga, formulada en los años treinta, es hoy tan real como entonces. La desintegración europea, con sus vallas, muros y fronteras, sería el preludio de tragedias inesperadas a corto y a medio plazo.