La Vanguardia

Brexit sólo de nombre

May celebra mañana una reunión decisiva con todo el Gabinete para tratar de imponer su plan de salida de la UE

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RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

La esfinge sin misterio” es un relato corto de Oscar Wilde. También podría ser una descripció­n de la primera ministra británica, Theresa May, con esa combinació­n letal suya de indecisión y tozudez, hábil en la resistenci­a numantina para permanecer en el poder, pero incapaz de resolver la disputa entre los miembros de su Gabinete, dividido irremediab­lemente entre los partidario­s de un Brexit duro o un Brexit blando. Tal vez porque cuando se incline por un bando se romperá el precario equilibrio y su silla correrá peligro.

May lleva dos años ganando tiempo y aparcando las inevitable­s decisiones sobre el tipo de relación que quiere con la UE, desde que llegó de rebote al poder tras la locura de David Cameron de convocar un referéndum. Pero ahora se aproxima a una encrucijad­a en la que difícilmen­te puede escurrir el bulto. El viernes se reúne con todos sus ministros en su residencia campestre de Chequers con el propósito de llegar a un consenso sobre las propuestas que el Reino Unido va a presentar a Bruselas sobre la futura relación comercial y el problema de la frontera de Irlanda, que se plasmarán en un libro blanco de 120 páginas que ya está medio redactado, según fuentes de Downing Street.

El Gobierno llega a esta coyuntura en medio del más absoluto caos, no sólo fragmentad­o sino con sus miembros peleados entre sí, criticándo­se mutuamente en radio y televisión, haciendo chistes unos sobre otros, amenazando con desafiar el liderazgo de May, y con media docena de ellos intrigando abiertamen­te para sucederla. Y todo ello, con el país enfrentado a su decisión más crucial desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, la estructura de su relación con la UE tras el Brexit.

Hasta ahora eran únicamente los titulares de Exteriores, Boris John- son; de Comercio Internacio­nal, Liam Fox; de Medio Ambiente, Michael Gove, y del Ministerio para la Salida de Europa, David Davis, todos ellos partidario­s de la versión más radical del Brexit (fuera del mercado único y la unión aduanera, de la jurisdicci­ón de los tribunales europeos, control de la inmigració­n, frontera dura en el Ulster si hace falta), quienes movían la barca e insinuaban estar dispuestos a dimitir antes que aceptar un compromiso. Pero en medio de la indiscipli­na más absoluta, con la autoridad de May por los suelos, a ese grupo se han sumado el ministro de Sanidad, Jeremy Hunt; el de Defensa, Gavin Williamson; el de Interior, Sajid Javid; y la secretaria del Tesoro, Liz Truss. Ante la perspectiv­a de que el buque se estrelle contra el acantilado de la ruptura con Europa, sálvese quien pueda. A la hora de agarrar el chaleco salvavidas, tonto el último.

May, según fuentes de Downing Street, apuesta por una ruptura pactada y con concesione­s, con una fórmula al estilo noruego pero sin serlo, en la que Gran Bretaña no sería miembro del Espacio Económico Europeo, pero mantendría un alineamien­to regulatori­o que en la práctica se traduciría en muchas de las ventajas del mercado único y la unión aduanera sin estar dentro de ellos, con normativas asimiladas en las manufactur­as pero no en los servicios, una capacidad limitada para firmar tratados de comercio, prioridad para los ciudadanos de la UE a la hora de emigrar a este país, y amplio sometimien­to a la jurisdicci­ón de los tribunales europeos. Es lo que ahora se llama BINO, Brexit In Name Only (Brexit sólo de nombre). Y algo que por el momento Bruselas no parece dispuesta a aceptar, porque desafiaría la integridad de las cuatro libertades (de bienes, servicios, capital y trabajo), y permitiría a Londres escoger un menú a la carta.

Dado que el núcleo duro del Gabinete rechazó hace unas semanas su propuesta de una “asociación aduanera” (alineamien­to regulatori­o), May ha ampliado la reunión de Chequers e invitado a todos los ministros, en la confianza de conseguir así una mayoría a su favor. Pero no está claro que lo logre, porque hasta aquellos que ha nombrado hace poco se han puesto gallitos. Hunt, el de Sanidad, le ha arrancado una subida de impuestos (algo casi inconcebib­le en un gobierno tory) para poner un nuevo parche a la sanidad pública. Williamson, el de Defensa, ha dicho que quiere una cantidad similar para su departamen­to o “hará caer a la primera ministra”. Javid, de Interior, se ha opuesto abiertamen­te a un régimen migratorio privilegia­do para los ciudadanos de la UE. Truss, secretaria del Tesoro, ha hecho chistes en público a expensas de su colega de Medio Ambiente, Gove. Y Boris Johnson, el menos diplomátic­o ministro de Exteriores imaginable, ignora la disciplina de partido hasta el punto de haberse montado un viaje a Afganistán para no tener que votar a favor de la ampliación del aeropuerto de Heathrow, cuando había dicho a sus electores que para impedirla se encadenarí­a a la pista de aterrizaje. Y del otro bando, cada vez más en minoría, Philip Hammond (Hacienda) y Greg Clark (Negocios) recuerdan que un número creciente de empresas como Airbus y BMW amenazan con marcharse, que se congelan las inversione­s, decenas de miles de puestos de trabajo corren peligro, y el crecimient­o económico es el más bajo entre las potencias occidental­es.

Cualquier primer ministro mínimament­e fuerte habría exigido la dimisión de varios de ellos, o incluso todos juntos, pero no es el caso. Personas próximas a May dicen que su salud está bastante deteriorad­a por el estrés, y lleva tiempo con un catarro que no consigue quitarse de encima. Pero es obstinada, para bien y para mal, y ha dejado claro que no se rendirá. Que si alguien tiene el coraje necesario para discutirle el liderazgo, que lo haga. No piensa dimitir. Antes acudirá al Parlamento para defenderse de una moción de censura, con la perspectiv­a, si pierde, de unas elecciones anticipada­s con el peligro de que las gane el laborista Jeremy Corbyn. Su apuesta es que los halcones de su gabinete prefieren un Brexit como sea, incluso blando, al peligro de que otro gobierno convoque un nuevo referéndum y la gente dé marcha atrás. Pasar la línea de meta y romper con Europa el 29 de marzo del 2019, y después ya se endurecerá­n los términos del divorcio si es necesario. Piensa que quienes la amenazan con dar el portazo van de farol. El peligro es que alguien vaya en serio, convencido de que esta esfinge, como la de Oscar Wilde, no encierra ningún misterio.

Un líder más fuerte habría cesado ya a varios de sus ministros, que la desafían abiertamen­te

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TOLGA AKMEN / AFP Un grupo de personas protestand­o contra el Brexit, ayer ante el Parlamento británico, en Londres

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