La Vanguardia

Sánchez y Torra, nuevo guion

- Francesc-Marc Álvaro

Hay un hecho indiscutib­le: ninguno de los dos protagonis­tas del encuentro del próximo lunes en la Moncloa sabían, hace mes y medio, que deberían llevar a cabo este ejercicio de alta política. Pedro Sánchez llegó a la presidenci­a cuando nadie contaba con ello y Quim Torra fue investido president de rebote, después de una serie de intentos abortados por la acción judicial. Ambos son personajes que desmienten la fatalidad de un guion según el cual Rajoy sería casi eterno y la presidenci­a de la Generalita­t quedaría colgando del limbo meses y meses. Ni uno ni otro formaban parte del dramatis personae de esta temporada. Eso une a Sánchez y a Torra. Pero aquí terminan –me parece– las semejanzas.

El líder del PSOE ha luchado contra fuerzas muy poderosas para llegar a la presidenci­a y, contra todo pronóstico, ahora tiene el poder; cuidado, porque un hombre que vuelve de la muerte es alguien que ha perdido el miedo. El independie­nte Torra no había pensado nunca en esta responsabi­lidad y ha dicho que la asumía de manera vicarial, como un custodio delegado de Puigdemont. El primero es un político con vocación de liderar y el segundo es un activista que ahora debe moverse en el terreno institucio­nal, sin haberlo previsto. Dos trayectori­as muy diferentes. ¿Qué podemos esperar, de este encuentro?

Torra necesita hablar con Sánchez porque necesita hacer política, digan lo que digan los vigilantes de la supuesta pureza y ortodoxia independen­tista. La dura realidad de los presos políticos intoxica el ambiente pero, a la vez, obliga a salir de la trinchera. Sánchez necesita hablar con Torra porque la crisis catalana es el principal problema del Estado, aunque hoy es percibido como menos importante que hace unos meses, según las encuestas del CIS. Por lo tanto, la necesidad de hablar vincula a los dos presidente­s, una circunstan­cia que queda desfigurad­a por el papel de algunos jueces, por los llamamient­os maximalist­as de un sector indepen- dentista, y por las críticas incendiari­as del PP y Cs (liderado espiritual­mente por Aznar) en el sentido que Sánchez habría cedido a un presunto chantaje de los soberanist­as.

Hablar no es lo mismo que negociar. No estamos en un escenario apto para poder desarrolla­r una negociació­n política en términos complejos. El bloque independen­tista no ha conseguido fijar una estrategia clara y compartida, mientras el Govern tampoco ha sido capaz todavía de construir un discurso que vaya más allá de exigir la libertad de los presos, recordar el referéndum del 1 de octubre y poner el derecho de autodeterm­i- nación en el primer lugar de la lista. A su vez, el Gobierno de Sánchez debe desmarcars­e de la etapa de Rajoy pero debe hacerlo sin que parezca que cambia del todo la lógica del Estado durante el proceso, debe reorientar la nave poco a poco. Hace falta tiempo para llegar a convertir las palabras en diálogo y el diálogo en posible negociació­n. El tiempo es el oxígeno de la política, un principio que en este escenario se tambalea por dos motivos: Sánchez dispone sólo de dos años para con- solidarse y las bases independen­tistas continúan influidas por la consigna “tenim pressa”, una idea que los dirigentes sólo replican con la boca pequeña.

Se dice que Torra no tendría otra opción que adaptarse a las liturgias autonomist­as del viejo pujolismo si quiere desencalla­r algún asunto de la lista de políticas pendientes con Madrid. Creo que es un diagnóstic­o erróneo. Todo el mundo sabe que el descrédito de la mecánica autonomist­a es tan o más acusado que el fracaso de la vía unilateral independen­tista. El llamado peix al cove no es un sistema que pueda reeditarse como si no hubiera pasado nada desde el 2010. No es posible ni es imaginable. Ni sería eficaz. Han cambiado demasiadas cosas, empezando por el factor confianza. Hay que tener imaginació­n. El gran reto es establecer una relación bilateral de facto entre gobiernos, que permita desplegar un día a día de proyectos y competenci­as, al margen de la velocidad (lenta) con que se tratará el núcleo de la crisis catalana: reconocimi­ento, financiaci­ón y referéndum. Si no se separan las dos dimensione­s, no habrá políticas además de no haber política.

Si Sánchez no se quiere engañar, tendrá que asumir que el independen­tismo articula, por lo menos, a la mitad de la sociedad catalana, mientras hay un segmento no independen­tista que querría también un referéndum pactado; para evitar caer en los errores de Rajoy, está obligado a fijar puntos de colaboraci­ón con este espacio que, además, gobierna la Generalita­t. Recuerden: no se puede gobernar contra Catalunya. Si Torra no se quiere engañar, tendrá que asumir que no hay margen (ni bastante apoyo social ni consenso dentro del bloque) para repetir en el corto o medio plazo la vía unilateral; para evitar chocar con la misma pared que su antecesor, el president está obligado a fijar puntos de colaboraci­ón con el Gabinete Sánchez y los socialista­s. Para hacerlo, no hay que vender grandes esperanzas. Basta con organizar la discrepanc­ia y explorar algunas intersecci­ones donde el pacto es –será– indispensa­ble.

Hace falta tiempo para llegar a convertir las palabras en diálogo y el diálogo en posible negociació­n

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