La Vanguardia

“Soñé ser veterinari­o, militar, misionero, pastor, vaquero...”

Tengo 59 años. Soy de Madrid. Soy periodista... y he escrito una novela. Vivo con Sandra Ibarra y tengo tres hijos, Ana (23), Juan (16) y Mercedes (15). ¿Política? Soy un ingenuo escéptico. ¿Creencias? Practico meditación zen y en Asturias monto mi caball

- ANA JIMÉNEZ

De dónde sale usted? De los campos asturianos de mi infancia, de los caballos, las vacas, los carros de heno, del cuchu... ¿Qué es el cuchu? El olor a estiércol, que adoro. De niño ordeñaba las vacas del tío Félix... ¡Y no es fácil! ¿Añora aquello?

Mi primera noción de felicidad la vinculo a la naturaleza, a los animales. Regreso a mi paraíso perdido siempre que puedo.

¿Qué vocaciones tuvo de niño?

Veterinari­o, primero.

Se entiende.

Militar, luego. Y sacerdote, después.

Picaba usted alto...

Un vecino era general y me parecía... ¡lo más! Pero con diez años visité un museo africano: fotos de leones, patas de elefante... con un cura comboiano y...: “¡Quiero ser misionero en África!”, anuncié a mis padres.

Qué susto, pobres.

Y a los doce años entraba en el seminario de Corella, en Navarra... y a los catorce años salí: me dijeron que no servía.

¿Por qué?

Empezaban a interesarm­e demasiado las chicas... Ya en el colegio normal hice un trabajo de curso: entrevisté a un pastor.

¡Y quiso ser periodista!

¡No! Quise ser pastor.

No tiene usted remedio...

Pero aquel buen pastor me dio un consejo muy sabio: “Chaval, ¡tú estudia!”

¿Y qué estudió?

Una familia vecina, los Berraquero, trabajaban en produccion­es de cine y tele, y pude ir al rodaje de la serie El quinto jinete... ¡y quise dirigir cine! Y me aconsejaro­n matricular­me en Ciencias de la Informació­n...

Y aquí está, ahora sí.

Me gustó el ambiente ácrata de la facultad, el bar... Con Ramon Colom hice un programa de cine en la radio, Claqueta... Y escribí en Informacio­nes... Me apasionó el oficio, aspiraba a ser la admirada Oriana Fallaci...

Icono de una generación...

También escribía relatos, poemas... pero nunca sentí que tuviese entre manos una gran historia. Hasta ahora.

¿Ahora sí?

Y muy grande: La maldición de la Casa Grande. Y la he relatado: es mi primera novela.

¿Por qué ha necesitado contarla?

El periodista quiere contar historias. Y hay

alguna que merece algo más que una mera crónica: como esta, que pedía una novela.

Trata Entonces del hombre no querrá más rico resumírmel­a... de la España que entraba en el siglo XX: don Miguel Zapata, conocido como Tío Lobo.

Nunca había oído hablar de él.

¡Por eso lo cuento! Murió en 1918 –hace un siglo– y fue dueño de la sierra minera de Cartagena-La Unión, amo y señor de vidas y haciendas, ¡y digno personaje de western!

Comparta alguna escena...

A caballo por aquella sierra, don Zapata se topa con un capataz, acompañado por un hijo, un niño. Zapata saca la fusta... y golpea al chaval. El niño no llora. “Es duro, ¡será buen minero!”, sentencia el Tío Lobo.

¡Salvaje!

Me acerco a Zapata en sus miserias y audacias: de cabrero –compró la Manga del mar Menor para pasto de sus cabras– llegó a magnate por su habilidad y dureza, era listo y feroz... Era un hijo de puta con genio.

Hoy la Manga es un polo turístico...

Mérito de sus descendien­tes, con Franco... Lo suyo fue el plomo y la plata, la exportació­n de mineral y la metalurgia: aprendió rápido, y a fines del XIX levantó un imperio. Edificó su mansión modernista en Portmán, los lugareños la llamaron la Casa Grande...

¿La de esta fotografía? Hermosa casa...

Tío Lobo pudo vivir en Cartagena o en una gran capital, pero quiso estar siempre cerca de su mina y su fundición: iba cada día.

Cuénteme otra anécdota de Tío Lobo.

Le llamaban así por haber matado un lobo de jovencito. Prohibía a sus arrieros subir a nadie a lomo de sus mulos: “Cada quintal que no sea de mineral ¡es un quintal menos de dinero!”, rugía.

Qué avidez...

Un día se cruza con un arriero y su mulo en el monte. El arriero no le reconoce. Zapata le tienta: “Voy fatigado, te pago si me subes”, y le ofrece mucho dinero...

Ay.

El arriero se resiste. Y Zapata insiste.

¡Ay!

“No puedo, no puedo”, zanja el arriero. Y Zapata, al día siguiente, le regaló un traje.

Era el imperio del terror, deduzco..

Sí. Tenía fragilidad­es, como su enfermedad dérmica, el pénfigo, con ampollas en la cara. Y sus hijos se le morían... Un personaje femenino me sirve de guía... Comprendem­os así la condición humana del tirano, también.

Eso es muy de periodista...

Y quiero conmover. Me encantó entrevista­r a personajes en la tele, crear clima, propiciar emociones a ambos lados de la pantalla...

Pero continúa usted en la radio.

Sí, y además creo que la radio será cada día más una plataforma de relación entre oyentes, un cofre vivo de historias y emociones. Y yo estaré ahí con ellos, ¡acompañánd­oles! VÍCTOR-M. AMELA

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