En las rodillas de Tolstói

DALÍ le regaló a Gala un castillo en Púbol, que hoy no sólo es su museo, sino también su mausoleo. Allí está enterrada la musa del artista y, en principio, estaba previsto que Dalí fuera sepultado a su lado, en una tumba gemela a la de su esposa. Pero Gala descansa abandonada en las antiguas caballerizas del castillo. Dalí, que no pudo prescindir en vida de su musa, decidió que pasarían la eternidad separados, a pesar de que había encargado una comunicación entre ambos sepulcros para que pudieran darse la mano en el más allá. Pero, finalmente, al artista la eternidad le pareció demasiado tiempo.

Gala y Dalí comparten desde anoche la sala de exposiciones del MNAC. La muestra, titulada Gala/Dalí, una habitación propia en Púbol, recrea una relación compleja, difícilmente descriptible, a lo largo de más de medio siglo. Tan compleja como para que el pintor le decorara su mansión medieval, pero teniendo que firmar un documento según el cual tenía prohibido acceder al castillo sin su consentimiento. Gala pasó en sus muros largas temporadas con amantes de los que intentaba absorber su juventud cuando era una anciana. Sin ella no es posible interpretar el mundo de Dalí. Lo fue todo para él: su esposa, su musa, su protectora, su marchante, su administradora. Se ha escrito que Gala es en buena medida obra de Dalí. Pero es posible que Dalí no hubiera llegado tan lejos sin un personaje como Gala a su lado. Fue amante de tres genios: Paul Éluard, Marx Ernst y Salvador Dalí. Era una mujer cultivada, que jugó en las rodillas de Tolstói, sexualmente liberada y feminista avant la lettre. “Yo amo a Gala más que a mi madre, que a mi padre, que a Picasso, y más incluso, que al dinero”, escribiría el pintor. Hasta el 14 de octubre, en el MNAC se puede reseguir la vida de un personaje único, de una dama que representó la modernidad cuando el mundo era antiguo, que simbolizaba el color cuando todo era en blanco y negro.