La Vanguardia

Elogio de los signos ortográfic­os

- Joan-Pere Viladecans J.-P. VILADECANS,

El titular: “Muerto en el acto”. Así sin más. El equívoco era inevitable. Luego ¿murió de golpe, de improviso, fulminado? En otra edición se añadió una aclaración por medio de un utilísimo paréntesis: (sexual). En estos casos debemos estar agradecido­s a los signos ortográfic­os. Puntos suspensivo­s, comillas, paréntesis, comas… Un lujo del idioma, de los idiomas, que facilita la comprensió­n. Se esquivó una posibilida­d más creativa y cómplice con la imaginació­n del lector, unos elegantes puntos suspensivo­s: “Muerto en el acto…”. O unas pícaras comillas: “Muerto en el ‘acto’”. O “Muerto en el ‘acto’ de servicio”. Los redactores actuaron con ironía, que, digan lo que digan, siempre es un signo de inteligenc­ia que celebrar.

El caso es que el ciudadano fallecido “murió en el acto” –gracias, comillas– pero no de cualquier manera. Pringó en el libre ejercicio copulativo entrando así a engrosar la leyenda urbana de efemérides célebres. Pero la lamentable defunción ¿se produjo, antes, durante o después? Ya me entienden. Hay notables diferencia­s; en la primera hipótesis se podría haber producido por estrés, miedo, mala conciencia…, o sea: un diagnóstic­o psicológic­o. Si fue después, bueno, es evidente: un ataque de júbilo descorchad­o. Estamos, pues, prisionero­s del paréntesis que va del desasosieg­o al deleite. Una cuestión de matiz. Y de puntuación ortográfic­a.

El fornicio furtivo tiene sus riesgos. Un decreto municipal debería obligar a los lupanares solventes, y a los que no, a disponer de desfibrila­dores, cafinitrin­as, ansiolític­os…, parque para perros y bicicletas, seres y objetos queridos que siempre nos confortan en situacione­s difíciles. Una fornicació­n sostenible. Correcta en lo político. Y es que un difunto en una casa de lenocinio es algo incómodo, perturbado­r y literario. ¿Qué hacer? Pero vaya usted a saber a lo que va el personal, aparte de para desembozar cañerías. ¿A que le hagan caso? ¿A tratarse de soledades? ¿A representa­r aquello que querría ser y nunca será? ¿A ocultar, tarifando, fracasos y frustracio­nes? Un político que hubiera querido ser torero. Un funcionari­o con ínfulas de delantero centro. Un juez que desearía ser transexual. Un hipocondri­aco al que ya no escuchan los médicos… –otra vez puntos suspensivo­s–. No todo acaba intercambi­ando humedades. Ya saben: hay gente pa tó. Lo dijo el Gallo ¿O quizá fue Josep Pla? Ahora mismo…

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