Elogio de los signos ortográficos
El titular: “Muerto en el acto”. Así sin más. El equívoco era inevitable. Luego ¿murió de golpe, de improviso, fulminado? En otra edición se añadió una aclaración por medio de un utilísimo paréntesis: (sexual). En estos casos debemos estar agradecidos a los signos ortográficos. Puntos suspensivos, comillas, paréntesis, comas… Un lujo del idioma, de los idiomas, que facilita la comprensión. Se esquivó una posibilidad más creativa y cómplice con la imaginación del lector, unos elegantes puntos suspensivos: “Muerto en el acto…”. O unas pícaras comillas: “Muerto en el ‘acto’”. O “Muerto en el ‘acto’ de servicio”. Los redactores actuaron con ironía, que, digan lo que digan, siempre es un signo de inteligencia que celebrar.
El caso es que el ciudadano fallecido “murió en el acto” –gracias, comillas– pero no de cualquier manera. Pringó en el libre ejercicio copulativo entrando así a engrosar la leyenda urbana de efemérides célebres. Pero la lamentable defunción ¿se produjo, antes, durante o después? Ya me entienden. Hay notables diferencias; en la primera hipótesis se podría haber producido por estrés, miedo, mala conciencia…, o sea: un diagnóstico psicológico. Si fue después, bueno, es evidente: un ataque de júbilo descorchado. Estamos, pues, prisioneros del paréntesis que va del desasosiego al deleite. Una cuestión de matiz. Y de puntuación ortográfica.
El fornicio furtivo tiene sus riesgos. Un decreto municipal debería obligar a los lupanares solventes, y a los que no, a disponer de desfibriladores, cafinitrinas, ansiolíticos…, parque para perros y bicicletas, seres y objetos queridos que siempre nos confortan en situaciones difíciles. Una fornicación sostenible. Correcta en lo político. Y es que un difunto en una casa de lenocinio es algo incómodo, perturbador y literario. ¿Qué hacer? Pero vaya usted a saber a lo que va el personal, aparte de para desembozar cañerías. ¿A que le hagan caso? ¿A tratarse de soledades? ¿A representar aquello que querría ser y nunca será? ¿A ocultar, tarifando, fracasos y frustraciones? Un político que hubiera querido ser torero. Un funcionario con ínfulas de delantero centro. Un juez que desearía ser transexual. Un hipocondriaco al que ya no escuchan los médicos… –otra vez puntos suspensivos–. No todo acaba intercambiando humedades. Ya saben: hay gente pa tó. Lo dijo el Gallo ¿O quizá fue Josep Pla? Ahora mismo…