May empieza a vender su plan a los euroescépticos y a la Unión Europea
Logrado el apoyo del Gobierno, ahora ha de persuadir al grupo parlamentario ‘tory’
El carácter de Theresa May, desconfiada y poco comunicativa, no tiene nada que ver con el de los vendedores de coches norteamericanos, capaces de colocarle a uno un Ford Mustang o un Chevrolet Impala con todos los complementos casi sin que se entere y haciéndole creer además que ha hecho el negocio de su vida. Una cualidad que le vendría de perlas a la primera ministra británica ahora que le ha llegado la hora de vender su plan de Brexit al grupo parlamentario conservador, a la Cámara de los Comunes y –lo más difícil de todo– a la Unión Europea.
May logró arrancar un acuerdo a su Gabinete anunciando –de farol o no, nunca se sabrá– que aceptaría las dimisiones de quienes no estuvieran de acuerdo. Los miembros del Gobierno finalmente se decidieron 20 a 7 a favor del plan de la primera ministra, con el titular de Exteriores, Boris Jonhson, y el del Ministerio para el Brexit, David Davis, en el bando perdedor.
Tras esa primera victoria, May invitó ayer a los diputados tories a Downing Street para explicarles en persona en qué consiste su “cuarta vía”. Pero como era fin de semana y muchos tenían ya planes hechos, sólo se personaron alrededor de cuarenta. El resto prefirió esperar al lunes, cuando expondrá el plan a la Cámara de los Comunes y se enfrentará con su grupo parlamentario, el momento clave.
Quienes se tomaron la molestia de acudir a la sesión informativa recibieron en persona un esbozo de las propuestas del libro blanco que se publicará el jueves –coincidiendo con la llegada a Londres del presidente Donald Trump– y serán a partir de ahora la base de las negociaciones para un acuerdo con Bruselas. De entrada, la UE ha guardado un silencio prudente, atendiendo a la demanda de May de no echar por tierra sus propuestas antes de ser presentadas formalmente. La idea es que se reanuden las negociaciones, aunque sea con una base de mínimos, para que haya algo sustantivo de lo que hablar en el Consejo Europeo de octubre.
La titular de Downing Street les contó cara a cara su idea de una zona de libre comercio entre el Reino Unido y la UE en materia de productos industriales y agrícolas, con una equiparación regulatoria y de tarifas, de una “zona aduanera compartida” que impida una frontera dura en Irlanda (Londres asumiría las regulaciones europeas en terrenos como la alimentación) y de un “marco de movilidad” para que –sin tratarse propiamente de la actual libertad
El Gabinete se decidió por 20 a 7 a favor del plan de la premier, con Johnson y Davis en el bando perdedor
de movimiento– los ciudadanos europeos tengan preferencia sobre otros a la hora de trabajar en este país, y viceversa. Londres asumiría las sentencias de Bruselas en todos aquellos campos en que haya un alineamiento normativo. El terreno de los servicios –que constituye el 80% de la economía de este país– sería objeto de una negociación por separado con el propósito de obtener el máximo acceso posible, aunque sea pagando.
Las reacciones han sido las previsibles para un Brexit blando. Entusiasmo del empresariado, que lleva semanas amenazando con una fuga de inversiones; un cierto alivio de quienes temen una salida dando un portazo, sin ningún tipo de acuerdo; escepticismo de los partidarios de la permanencia en Europa, como el Partido Nacional Escocés, los independentistas galeses, los liberales demócratas y un amplio sector del Labour, que han advertido que el plan no va a ninguna parte porque Bruselas lo rechazará de plano; y rechazo del bloque más euroescéptico, encabezado en el Parlamento por el diputado Jacob Rees-Mogg, al que siguen varias decenas de colegas que prefieren un Brexit sin acuerdo a un Brexit blando y amenazan con una moción de censura. Para que haya compromiso, un bando tendrá que ceder. May no es ninguna gran comercial, pero se ha apuntado a un cursillo intensivo de vender motos.