La ansiedad por agotamiento
Ha sido un curso agotador. Desde los atentados del 17 de agosto, las emociones no han dado tregua. Cada jueves ocurría algo relevante que se prolongaba hasta el fin de semana, lo que suponía trabajo extra para los periodistas y desconcierto para los demás. Todo ha ido muy rápido. Y la necesidad de obtener información a la vez que sucedía –o de adelantarla cuando nadie sabía lo que iba a ocurrir– ha generado un estado de alerta permanente. De incertidumbre insoportable.
La ansiedad es una respuesta de anticipación involuntaria del organismo. Causa inquietud y mucha inseguridad. En un ataque de pánico, el cuerpo reacciona ante una amenaza quizá ficticia que parece inminente. Se te aceleran el corazón y la respiración, tus músculos se tensan, preparados para salir corriendo. Si no te ha pasado antes, puedes confundirlo con un infarto. El vértigo te hace perder el equilibrio. Quieres llorar y vomitar y desaparecer. Cuantas más responsabilidades tengas y mayor sea tu exposición, más te costará controlar la situación. Intentar controlarla, de hecho, la empeora. Actuarás como ese malabarista al que se le cae una pelota. Pierde el ritmo. Y adiós.
Tuve mi primer ataque en selectividad, el segundo a los veintitrés años, el tercero a los treinta y ocho. Luego aprendes que, así como unos tienden a la lumbalgia o la acidez, otros tenemos un exceso de imaginación mal gestionada y bastante ego. Creemos que podemos con todo, siempre hemos podido con todo. Cada nueva exigencia es un reto, no sabemos decir que no, queremos gustar y que nos reconozcan por hacer las cosas bien. Queremos ser los mejores. Pero es inevitable: habrá a quien le caigas mal, habrá quien te señale, cuestione, infravalore, critique, incluso insulte. De repente estarás dando explicaciones o justificándote, dudando, pensando que tú no eres así o que ya no puedes más. Pero tampoco puedes rendirte ahora, no puedes aflojar. No puedes permitírtelo. Y entonces te rompes.
Normalmente llegamos a julio faltos de energía, parece que agosto se burle de nosotros, tan lejos todavía. Esta vez algunas personas cercanas se han retirado antes porque, aun siendo fuertes y muy competentes, no son máquinas. Volverán, sólo necesitan un descanso, tomar aire, ver su propia vida con la perspectiva que ofrece el tiempo para uno mismo. La ansiedad convierte tus éxitos en un temor constante, te impide disfrutar de lo que haces; eso que te apasiona tanto que se lo das todo. ¿Vale la pena?, te preguntas. ¿Tiene sentido? La presión se asoma peligrosamente a la depresión.
Este curso, además de un estado mental, la ansiedad ha sido social. Aunque evitarla es difícil, hablar de ella ayuda. No es un consuelo de tontos. Es entendernos mejor. Como pasa con casi todos los tabúes. Parar no denota un fracaso, sentir tampoco. Al contrario, es humano. Y estamos olvidando que lo somos.
En un ataque de pánico, el cuerpo reacciona ante una amenaza quizá ficticia que parece inminente