El lujo de la cultura
Si jugamos con la etimología de luxus (algo que se disloca, que sale de su sitio, de la medida normalizada, de ahí, por familiaridad, luxación), la cultura es en cierto modo un lujo. Cultura es el proceso por el cual trascendemos nuestra condición biológica. Sin renunciar a ella, pero poniéndola en relación con otras dimensiones de lo que somos, la facultad de crear y recrear nuevos campos de interpretación nos caracteriza como especie. Por eso con cultura se evoca la capacidad de superar condicionantes, dados o construidos, y la exploración y el cultivo de nuevas posibilidades. La ciencia es cultura, la economía es cultura, la política es cultura. Vivir es, en definitiva, culturalizarse. Así que no hay mundo sin cultura, como tampoco acciones sin intención ideológica. Incluso querer prescindir de la cultura responde a una cultura.
Sin embargo, cuando se dice que la cultura es un lujo, se da a entender que se trata de algo accesorio, no esencial, y por lo tanto prescindible para el desarrollo de la vida. Hay otros imperativos que atender. Y es verdad, los hay, y deben ser atendidos perentoriamente. Por eso ninguna expresión cultural que se tenga por tal discutirá tales urgencias. Al revés, las asumirá. Aunque, justamente porque son prioridad, pondrá en duda el modo con el que se las afronta. Y no son las artes y las humanidades las que causan el hambre, la falta de salubridad o los desequilibrios socioeconómicos. No precisamente.
Que no son buenos tiempos para la lírica es algo ya consolidado, por eso proliferan nuevas maneras de difusión artística. Pienso en los Terrats en Cultura, de Coincidències, una iniciativa que lleva el teatro, la danza o los recitales de poesía a las azoteas de Barcelona. Cultura, en todos sus sentidos. Pero la perspicacia y originalidad de este tipo de encomiables esfuerzos no debe hacernos desenfocar la realidad. Proyectos de este tipo tienen que ver con la incesante búsqueda de nuevas maneras de expresión cultural, cierto, pero también con el obligado desarrollo de alternativas en un contexto nada propicio para las artes y las humanidades.
Si la salud y vitalidad de una sociedad se mide por la calidad de su dinámica cultural, en toda su magnitud y pluralidad, su mutilación es un lujo que en ningún caso podemos permitirnos. Con ello nos estamos eclipsando a nosotros mismos.