Innovar o no innovar
La tortilla de patatas, plato emblemático donde los haya, es la insignia del veterano restaurante Flash Flash, que durante décadas ha sobrevivido a toda clase de modas desde su inamovible ubicación junto a la calle Tuset, como recuerda Quim Monzó: “Servían hamburguesas, en una época en la que el rebaño con chaqueta de pana las despreciaba porque las consideraba estandartes del capitalismo yanqui, pero, sobre todo, servían tortillas, simples pero eficientes”.
El martes de la semana pasada, el Flash Flash cumplió años. Cuarenta y ocho. Comandado durante décadas por Leopoldo Pomés, ha tenido la virtud de mantener el interiorismo que concibieron Federico Correa y Alfonso Milá sin caer nunca, a lo largo de este casi medio siglo, en el error de tantos dueños de establecimientos que, cada tanto, deciden que tienen que renovar la decoración y “ponerla al día”. No hay ningún barcelonés digno de este gentilicio que no haya ido al menos una vez en su vida. El estilo del Flash Flash es puro años sesenta, cuando la calle de La Granada del Penedès era uno de los afluentes de aquel gran río de innovación que fue la calle Tuset; “Tuset Street” según las camisetas que muchas chicas llevaban y que jugaban con el nombre y la tipografía pop con que se promocionaba la Carnaby Street londinense. Quien quiera saber más sobre la Barcelona de aquella época puede consultar en las hemerotecas –en la Casa de l’Ardiaca, seguro– los artículos que Joan de Sagarra publicaba casi cada día en Tele/eXpres, bajo el epígrafe El día de siempre.
Servían hamburguesas, en una época en la que el rebaño con chaqueta de pana
Tortillas: de trufa, de morcilla, de alcachofas, de chanfaina, de atún con tomate, de bacalao...
las despreciaba porque las consideraba estandartes del capitalismo yanqui, pero, sobre todo, servían tortillas, simples pero eficientes. A la francesa, de queso, de trufa negra y queso, a la catalana, de butifarra blanca, de chorizo de La Rioja, de jamón dulce, de jamón ibérico, a la forastera, de morcilla de Burgos, a la mallorquina, de patatas, de cebolla, de patatas con cebolla, de patatas con perejil, de patatas con jamón, a la gallega, a las finas hierbas, de berenjenas, de alcachofas, de champiñones con ajo y perejil, de espinacas, de chanfaina, de atún con tomate, de bacalao, de marisco... Imagino la cara pasmada de la primera persona que no conociera la pasión de Pomés cuando este le explicó que quería inaugurar un restaurante especializado en tortillas.
Ahora vas al súper y encuentras incluso tortillas de patatas ya hechas, envueltas con film transparente y a punto para el microondas. Nunca he tenido el coraje de comprar una, a ver a qué sabe. Y debería hacerlo porque antes de hablar (bien o mal) de algo hay que probarlo. Supongo que pronto tendrán también huevos fritos congelados, como los que producía la empresa (aragonesa, creo) Innovation Foods hasta que quebró hace cosa de mes y medio. Los hacía a partir de una patente de Javier Yzuel, que en el 2014 desarrolló un método para congelarlos que le permitía fabricar doscientos mil al día y que entusiasmó a la multinacional Burger King. Ahora, Innovation Foods es historia y, en cambio, el Flash Flash sigue impasible, abierto hasta las tantas, cada día excepto Navidad. Hace años, en una conversación etílica de madrugada había uno que se hacía el gracioso con lo de si primero fue el huevo o la gallina, una broma tan manida (ya hablaba de ella Censorino en el siglo III) que otro, que no estaba por estupideces, lo cortó:
–Ni el huevo ni la gallina, lo primero de todo fue el Flash Flash.
Y hacia allí se fueron, antes de que cerraran. Conducía yo, que tenía hambre.