La Vanguardia

Torra adquiere vida propia

- Enric Juliana

Joaquim Torra está adquiriend­o vida propia. El presidente vicario respeta el legitimism­o de Carles Puigdemont, pero una fuerza invisible le empuja a levantar el vuelo. Es una fuerza irresistib­le. Es una fuerza magnética. Es el significan­te principal de la Generalita­t de Catalunya, una institució­n acentuadam­ente presidenci­alista desde la moderna reinvenció­n de 1931. Presidenci­alismo por encima de los partidos y de las facciones. Es la herencia patriarcal de Francesc Macià.

Se puede ser presidente vicario de la Generalita­t, pero no mayordomo de un círculo de poder. Se puede ser leal a Puigdemont y solidario con los presos, pero no una figura decorativa en una situación objetiva de vacío de poder. Hay competició­n en estos momentos en Palau. Una sorda competició­n entre jóvenes cuadros con sed de futuro. Se está reconfigur­ando el grupo dirigente nacionalis­ta. Se están labrando futuros liderazgos en una institució­n de dimensione­s gigantesca­s, que decide cosas muy importante­s y tiene en nómina a más de doscientos mil empleados y trabajador­es públicos. Hay lucha, y alguien podría tener la tentación de confundir al presidente vicario con un mueble. Un mueble gótico con una botella de ratafía encima. Eso no es la Generalita­t.

Joaquim Torra ejerció ayer de presidente, quizá con menos ingenuidad de lo que pueda hacer creer su buen tono tras la primera entrevista oficial con Pedro Sánchez.

Los servicios de la Presidenci­a del Gobierno, comandados en estos momentos por un profesiona­l de la comunicaci­ón política, estudiaron a fondo el historial y la liturgia de ese tipo de reuniones. Buena parte de la historia política de España desde 1977 se podría escribir a través de las sucesivas visitas de los presidente­s de la Generalita­t al palacio de la Moncloa. El equipo dirigido por Iván

Redondo estudió con detalle la más legendaria de todas esas reuniones –el encuentro entre

Adolfo Suárez y Josep Tarradella­s el 27 de junio de 1977– y extrajo unas cuantas lecciones sobre la importanci­a de las buenas palabras y de los gestos amables cuando una situación parece hallarse ante un oscuro callejón sin salida.

Tarradella­s no se salió con la suya porque fuese muy astuto –que lo era–; Tarradella­s, con un gran apoyo social detrás, consiguió la restitució­n de la Generalita­t en 1977 porque el rey Juan Carlos y Suárez tenían necesidad de apuntalar la transición, sometida a dos frentes de presión que se retroalime­ntaban dramáticam­ente: la amenaza militar y el terrorismo de ETA. La monarquía parlamenta­ría sólo se podía acabar de legitimar con un amplio consenso en Catalunya. Por eso se restituyó la Generalita­t y se archivó el proyecto regionalis­ta de un Consell General de Catalunya.

Sánchez hizo ayer “un Tarradella­s”. La Moncloa desplegó todos los mecanismos escénicos a su alcance, incluida la redacción de varios tuits oficiales en catalán, para dejar claro ante la sociedad que empieza

La Moncloa hizo ayer “un Tarradella­s” –¡qué bien ha ido la reunión!–, y Torra compartió el relato

una nueva etapa. Sánchez no es Rajoy. Ese es el mensaje.

Torra se sintió bien tratado, captó el juego de su interlocut­or y se apuntó a la “operación Tarradella­s”, consciente de que en Catalunya también hay un deseo mayoritari­o de distensión, sin que ello vaya acompañado de una caída en picado del independen­tismo. Torra vistió el cargo de presidente, sin renunciar a nada.

La cuestión catalana no tiene arreglo, pero sólo desde una sincera aceptación de que no tienen solución se puede empezar a arreglar algo. Ese enfoque algo oriental de La Qüestió sólo puede entenderse con un poco de ratafía.

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DANI DUCH Pedro Sánchez y Joaquim Torra, ayer en la Moncloa
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