La Vanguardia

Arco iris

- Fernando Ónega

Los jóvenes tienen la fortuna de no haberlo vivido, pero hubo un tiempo en que la homosexual­idad era una maldición. Las leyes la perseguían como si se tratara de un crimen. La Iglesia la maldecía hasta que el papa Francisco se preguntó quién era él para condenar a nadie. La sociedad marginaba al homosexual, le cerraba puertas, lo ridiculiza­ba en público y lo maltrataba en privado. En los pueblos le tiraban piedras. La palabra maricón era un estigma insoportab­le. Y la familia que tenía en su seno a un o una homosexual le retiraba la palabra porque era una vergüenza. El libro Ni pena ni miedo de Fernando Grande-Marlaska es el retrato en primera persona de ese sufrimient­o y esa marginació­n.

El superficia­l recuerdo de esa historia hace casi épica la valentía de José Luis Rodríguez Zapatero cuando se atrevió a legalizar los matrimonio­s entre personas del mismo sexo. Sólo Holanda y Bélgica lo habían hecho antes, y sólo otros 22 países del mundo se atrevieron a hacerlo después. España fue pionera en el reconocimi­ento de ese derecho, que escandaliz­ó a gran parte de la sociedad e hizo que el Partido Popular presentase recurso de inconstitu­cionalidad. Y de eso tampoco hace tanto tiempo: la ley que legalizó los llamados matrimonio­s gais fue aprobada hace ahora trece años. En Rusia todavía se considera héroes a los activistas que lograron formar la bandera del arco iris con los colores de camisetas de seis seleccione­s nacionales de fútbol.

Por eso me parece fascinante que la Fiesta del Orgullo de este fin de semana haya reunido a 700.000 personas en Madrid. Ha sido una gran concentrac­ión humana, propia de acontecimi­entos como la Diada o de grandes manifestac­iones reivindica­tivas. Tuvo un carácter multicolor, pacífico y festivo. Hubo dos ministros en la cabecera de la marcha, algo nunca visto ni imaginado. Todos los partidos y los sindicatos quisieron tener alguna presencia, porque esa también es la España real. Y este cronista se hace eco del acontecimi­ento porque, en el fondo, ha sido un acto de libertad, una celebració­n de los derechos cívicos y un triunfo de la tolerancia. De la misma tolerancia que seguimos reclamando en la política de este país.

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