La Vanguardia

El descampado y la niebla

- EL RUNRÚN Màrius Serra

Los padres se enfrentan al dilema de ver el cuerpo inerte de la criatura que nació muerta o mirar hacia otro lado

Una gossa en un descampat es la función que se puede ver en la sala Beckett durante este mes de julio. Es una función magnífica desde todos los puntos de vista, dirigida por Sergi Belbel a partir de un texto autobiográ­fico de Clàudia Cedó. Cuenta una muerte perinatal, que es el modo técnico de denominar el trance de parir un hijo sin vida a los cinco meses de embarazo. Hasta los cuatro meses un feto no viable provoca un aborto, pero a partir de un cierto momento es aconsejabl­e por razones médicas y psicológic­as expulsarlo con un parto provocado. Parir un hijo muerto es una paradoja terrible que comporta un dilema hamletiano: los padres se enfrentan a la decisión de ver o no el cuerpo inerte de la criatura. Conocer el rostro de la persona potencial que se perdió cuando pesaba pocos gramos o bien mirar hacia otro lado. La obra trata de un modo maravillos­o este dilema, con una fuerza poética iluminador­a, pero sin rehuir las sombras germinales que actúan como semillas de una enredadera vigorosa denominada tabú que puede transforma­r el futuro en un lugar sombrío. El espacio que soporta todas las escenas es un hallazgo: un descampado lleno de desechos, suciedad e inmundicia­s que es el paisaje mental de la madre obligada a ejercer esta maternidad truncada. Belbel ha dispuesto la escena a cuatro bandas y el público se integra en el estado mental de la protagonis­ta, en este fondo de pantalla desde el que saltamos al hospital donde pasan los hechos o al teatro donde trabaja de técnico el padre de la criatura. Una metáfora muy orgánica que acoge el conflicto de la madre truncada con una versión pepito grillo de su conciencia, desdoblada en el montaje en dos actrices (Vicky Luengo y Maria Rodríguez) que alternan los papeles de Júlia y de Júlia 2 según si el día es par o impar. Un monólogo desdoblado que profundiza en los miedos y la historia secreta de la maternidad.

El descampado está sumido en una niebla que transforma los objetos en fantasmagó­ricos. Una oscuridad per donde pulula la sombra amenazador­a que aterroriza a la madre truncada (e incluso al público). La transforma­ción de este espacio permite visualizar el mismo proceso interior que viven los personajes. Cuando era niño, vivía en un cuarto piso en la plaza Virrei Amat de Nou Barris. Mi abuela Paula, que se ocupaba de mí cuando mis padres estaban en la zapatería, sabía que tenía una arma muy eficaz para neutraliza­r mis travesuras. Me amenazaba con encerrarme en el cuarto de las ratas, una especie de trastero interior. Allí dentro jamás hubo ningún roedor, pero a mí me aterroriza­ba porque estaba oscuro. Me lo imaginaba lleno de monstruos. Verbalizar, como hace Clàudia Cedó, una historia dolorosa significa, simplement­e, entrar en el cuarto de las ratas y accionar el interrupto­r. Aunque no sea la habitación más bonita de la casa, es mucho mejor verla que no verla. Vayan a ver Una gossa en un descampat este julio.

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