Razones de un ‘gijonudo’
Luis Enrique aparece y desaparece. Ya lo hacía como futbolista, por eso era tan difícil de parar. Desde que se propuso ser entrenador ha alternado periodos intensos de trabajo y exposición pública, aspecto que lleva fatal (Barça B, Roma, Celta, Barça), con años sabáticos en los que nadie ha sabido de él más que su familia y un puñado de amigos. Vive en Gavà, acude a un gimnasio de Castelldefels, corre, nada y pedalea, compite en pruebas de exigencia extrema, en ocasiones junto a su hermano Felipe, y ve mucho fútbol por televisión. Cada verano busca un destino con su mujer, Elena, y sus hijos, Pancho, Sira y Xana, que debe cumplir con una condición: buenas olas para hacer surf. Pero llega un momento en que siente la llamada de nuevo. Y ese momento ha llegado.
Luis Enrique siempre disfrutó más como futbolista que como entrenador. Sus compañeros de promoción, caso de Guardiola o Abelardo, tuvieron más clara su vocación desde que colgaron las botas. El asturiano no. Entiende más su profesión como un modo de no separarse del fútbol. La felicidad se la dio jugar, pero entrenar le gusta y lo hace más que bien. Su palmarés con el Barça lo certifica: 9 de 13 títulos en tres temporadas, con triplete incluido en la primera. A veces se olvida su papel con el filial: en su segunda temporada ascendió a Segunda A; en la siguiente el Barça B quedó tercero. Tercero.
Acabó exhausto Luis Enrique después de dirigir al Barcelona. No lo verbalizó tan bien como su amigo Pep (“Me he vaciado y necesito llenarme”) porque él es de estilo más prosaico, pero compartió sus sensaciones. Un año después necesitaba regresar al banquillo. Tuvo ofertas, pero no se dieron, y mira por donde le ha caído de cielo la que más esperaba. Siempre fantaseó con mandar en la selección. Hasta se le escapó un par de veces, pese a su fenomenal reticencia a regalar titulares. “Me gustaría ser seleccionador, y mucho”, dijo en octubre del 2015. Y en abril, en una entrevista concedida al ciclista Ibon Zugasti mientras disputaba en Sudáfrica la prueba ciclista Cape Epic, reincidió: “Sería muy chulo, pero ahora está Lopetegui, que lo está haciendo muy bien”. Tres meses después Lopetegui no lo está haciendo ni bien ni mal porque ya no está, fulminado por negociar con el Madrid a espaldas de la Federación. En esa entrevista, donde se ve al auténtico Luis Enrique por si alguien quiere descubrirlo, soltó lo siguiente: “A los de Gijón nos llaman gijonudos, por algo será”. He aquí una respuesta rudimentaria pero válida para entender el sí de Luis Enrique, aun sabiendo que le espera allí un ambiente poco favorable. Una parte importante de la prensa de Madrid, la que domina el cotarro de la roja ,nole traga. Ayer ya circulaba un vídeo en el que hablaba bien de los catalanes. Como si fuera un defecto hacerlo. Ese es el nivel.
Luis Enrique tratará de manejarse ante la prensa como pueda (“hay periodistas que hacen bien su trabajo, otros que se ponen en modo vacile, entonces me sale mi vena asturiana”), pero milagros no habrá.
José Manuel Lázaro, responsable de prensa del Barça en su etapa azulgrana, y Joaquín Valdés, el psicólogo que le acompaña en sus proyectos profesionales, trataban de preparar el terreno, anticipar sus reacciones y bajar sus pulsaciones un cuarto de hora antes de cada comparecencia. No siempre lo conseguían.
Ha podido el reto deportivo. El curar de una vez por todas la herida que le produjo Tassotti cuando le rompió la nariz y le dejó fuera del Mundial de EE.UU. (ayer se cumplieron 24 años). Y el aportar a la selección un método que pasa por evolucionar el estilo verticaliz ándolo aunque sin pervertirlo. Para que nos entendamos, en el Rusia-España de la semana pasada, Luis Enrique habría actuado así viendo la cantidad de pases infructuosos: vídeo al descanso a los jugadores, y el equipo, afilado.
Luis Enrique hará con la selección lo mismo que con el Barça: verticalizar su estilo sin renegar de él