Desigualdad y salud
La encuesta de condiciones de vida de los españoles arroja un sabor agridulce. Por un lado, en el 2016 (último año disponible) ha aumentado un 3,4% el ingreso medio por persona y se ha reducido el porcentaje de población en riesgo de pobreza (del 22,3% al 21,6%). Pero por otro, España destaca en el contexto europeo por su elevado nivel de desigualdad, ya que la renta del 20% más rico de la población es 6,6 veces superior a la del 20% más pobre. Además, la distribución de la renta entre salarios y beneficios también se ha hecho más desigual (el peso de los salarios en el PIB ha caído 3,3 puntos desde el 2009), lo que justifica la reclamación de subidas salariales. Por tanto, los frutos del crecimiento no llegan a todos por igual, y crecimiento y bienestar no siempre van de la mano.
Las consecuencias negativas de un crecimiento no inclusivo no sólo se manifiestan en términos de un acceso desigual al bienestar material, sino que también se traducen en un desigual acceso a la sanidad y en mayores diferencias en el estado de salud de las personas. Y eso es lo que pone de manifiesto el “módulo sobre salud” de la mencionada encuesta. Si desagregamos la población en cinco grupos de ingresos y comparamos la situación del 20% más rico con la del 20% más pobre, los mensajes son preocupantes: el 57,7% de los ricos acude a la consulta de un médico especialista, frente al 43,8% de los pobres; el 60,6% de los ricos visita al dentista, frente al 35,3% de los pobres; el porcentaje de personas con problemas de obesidad es del 15% en los pobres y del 9% en los ricos; los ricos dedican más tiempo al deporte (232 minutos a la semana, frente a 180 de los pobres); los pobres comen menos frutas y verduras. En concreto, el 69,4% come fruta a diario (14,2 puntos porcentuales menos que los ricos) y el
Un crecimiento desigual implica grandes diferencias en el acceso a la sanidad y en el estado de salud
58,4% come verduras a diario (10,9 puntos menos que los ricos). En resumen, los pobres tienen hábitos de vida menos saludables y peor acceso a algunos servicios sanitarios, lo que puede aumentar las diferencias en la esperanza de vida en función del nivel de ingresos, siendo esta la cara más amarga e injusta de la desigualdad.
Es una gran noticia que el porcentaje de hogares con dificultades haya caído con la salida de la recesión, al igual que está cayendo la población en riesgo de pobreza. Pero dado que la desigualdad y la tasa de pobreza en España superan a las de otros países y que esa desigualdad también es elevada en términos de hábitos de vida saludables, una prioridad de la política económica debe ser conseguir que los beneficios del crecimiento lleguen en mayor medida a las personas de menos renta, siendo este el terreno de las políticas públicas centradas en el Estado del bienestar. La reforma fiscal que necesita España debería ir encaminada a aumentar la ratio ingresos públicos/PIB (que es reducida en el contexto internacional e incompatible con el actual peso del gasto público en el PIB), pero también a conseguir una distribución menos desigual de la riqueza.