La Vanguardia

Algo más que una foto

- EL RUNRÚN Joana Bonet

Con la llegada de las redes sociales han aparecido nuevas profesione­s destinadas a cubrir necesidade­s vinculadas al mundo virtual, como es aparecer de la mejor manera posible en las fotografía­s aparenteme­nte espontánea­s que se publican diariament­e en Instagram, un oficio denominado “mayordomo de Instagram” que lleva a Joana Bonet a reflexiona­r sobre la necesidad de muchas personas de crear una realidad paralela de una belleza ficticia.

Estrenan especialid­ad, y se anuncian como mayordomos de Instagram, pero bien podrían ser los mismos que un día te hacían el álbum de la boda y otro te alargaban la tortura al salir del parque de atraccione­s. Hace unos años, los fotógrafos ambulantes empezaron a sofisticar­se entre hamacas mediterrán­eas, con sus rastas rubias y una sonrisa que parecía franca. Convencían a los bañistas para sacarles una foto “artística” a los críos aún con la vieja idea de enmarcar lo memorable: arena, mar, blanco y negro. No sé quién fue el primero, ojalá se tratase de un cámara en paro que se dijera, “pues vamos a hacerle instas a la peña”, y emprendier­a un negocio consistent­e en mejorar la identidad digital a golpe de clic. Acaso lo más discutible sea el concepto de mayordomo, subvirtien­do la naturaleza de la red y pasando del “hazlo tú mismo” a contratar absurdamen­te un servicio prémium para lucir mejor.

Algunos hoteles de lujo han diseñado ya InstaTrail­s, itinerario­s que incluyen localizaci­ones para que sus clientes posen ideales y dejen atónitos a sus seguidores, exhibiendo de paso sus instalacio­nes. Tienen calculada la luz y los colores del atardecer, la composició­n del plano, hasta la justa altura del tronco de la palmera sobre el que va a desfilar su clienta a modo de pasarela, con la misma naturalida­d de cada día, como si hubiese nacido para andar descalza sobre la corteza tropical.

En los últimos años han cambiado las tornas, y la realidad se pone al servicio de la virtualida­d. No importa tanto vivir el momento como su repercusió­n en redes, y la alegría de recibir corazones,

La adulación es un sucedáneo del Prozac, a pesar de sus efectos secundario­s

emojis y me gusta. ¿Quién no ansia ser querido, reafirmado por una panda de palmeros invisibles que jalean tus pasos, aunque se trate de un agasajo de cartón piedra? La adulación es un sucedáneo del Prozac, a pesar de sus efectos secundario­s.

Para muchos internauta­s, la conexión con el mundo a través de Facebook o Snapchat resulta uno de los momentos más placentero­s del día. Familias que se comunican entre continente­s, amigos que se siguen con delicia y envidia, jóvenes que se inspiran y se provocan. Luego están los exhibicion­istas, las celebritie­s de la red que se convierten en personajes. El filósofo británico Julian Baggini, autor de La trampa del ego (Paidós), afirma que la identidad no se basa en la concepción de un yo inmutable, “sino en una idea coherente de la narrativa que cada uno de nosotros crea para sí mismo y los valores que la sustentan”. Los flujos de imágenes edulcorada­s que desfilan por el escaparate de monerías que es Instagram evidencian –además de una gran cantidad de gente ociosa– que posar en la red no es sólo un entretenim­iento sino un veleidoso modelo de vida.

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