Los Reig y yo
En casa siempre hemos tenido querencia hacia los eclesiásticos apellidados Reig. Cuando yo tenía diecisiete años mis padres decidieron dejar el piso de la calle Masini donde vivíamos, en Sants, para trasladarnos a otro del barrio de La Maternitat. No lo hicieron sólo porque encontraron un sobreático sin vecinos en el piso de arriba. (Los de la calle Masini se pasaban todo el día tirando cosas al suelo y mi madre, poco paciente, ya estaba a punto de subir al rellano superior para proceder a unos cuantos homicidios.) El detalle básico que propició aquel cambio fue que el nuevo piso estaba en la calle Cardenal Reig. El tal cardenal fue Enrique Reig Casanova, nacido en 1859 en el Valle de Albaida. Fue canónigo de la catedral de Palma, obispo de Barcelona, arzobispo de València y primado de Toledo. La Wikipedia dice que “murió prematuramente”, afirmación un tanto exagerada, ya que cuando lo hizo tenía sesenta y ocho años. Soy de la opinión de que se puede decir que mueres prematuramente si lo haces a los veinticuatro, como James Dean, o a los veintisiete, como Jim Morrison, pero ¿a los sesenta y ocho?
Por esa querencia hacia los clérigos apellidados Reig no debe extrañar que últimamente sienta yo devoción especial por Juan Antonio Reig Pla, y no sólo porque los diarios acostumbren a ponerle una tilde improcedente sobre la vocal de su segundo apellido (Plá o Plà, según el día). Reig Pla es obispo de Alcalá de Henares y nació en Cocentaina, igual que mi admirada Carolina Ferre, a quien ya puedo volver a ver habitualmente desde que se ha inaugurado À Punt, la televisión valenciana. Con estos dos detalles (su apellido y que sea paisano de la Ferre) ya me bastaría para venerarlo, pero es que, además, a lo largo de su carrera su retahíla de iniciativas virtuosas es notable.
En el 2008, cuando todavía dirigía la diócesis de Cartagena, creó “brigadas a favor de la virginidad y contra la homosexualidad” que patrullaban por bares y discotecas. Ya en Alcalá se pasó a la tecnología. En la página web del arzobispado, puso en marcha una campaña dirigida a las personas que quieren “curar su homosexualidad”. Después potenció la “virginidad secundaria”, una solución ideal para chicas que han pecado y ya no pueden llegar inmaculadas al sagrado matrimonio. Sus puntos básicos son razonables: evitar a las personas que nos tientan y nunca dar abrazos o besos apasionados que nos lleven a pensamientos lúbricos: “Cualquier cosa más allá de un beso simple y breve puede ser peligrosa”.
La semana pasada Reig Pla presentó un nuevo servicio público –Sexólicos Anónimos– que ayuda a la gente con lujuria desbocada. Se trata de un programa que ofrece a los adictos al sexo la posibilidad de acabar con el uso “obsesivo de la pornografía, la promiscuidad, el romanticismo, la prostitución...”. ¡La promiscuidad, el romanticismo y la prostitución al mismo nivel! Si Michael Douglas hubiera conocido las iniciativas del obispo Reig Pla, habría solucionado en un abrir y cerrar de ojos su adicción al sexo y se hubiera ahorrado su famoso cáncer de lengua que –según explicó él mismo hace unos años– fue provocado por su afición desmesurada a los cunnilingus.
Un Reig (obispo) y otro Reig (arzobispo) han marcado mi camino en la vida