La Vanguardia

Factoría Villarejo

- Fernando Ónega

La historia es fantástica. Un comisario de policía reúne a una amante del rey y a un célebre empresario. El comisario pone una grabadora o realiza una grabación robada y la amante del rey larga por esa boquita todo lo que le piden: que el monarca la utilizó como testaferro para ocultar su patrimonio, que ponía propiedade­s a su nombre para engañar al Fisco, que tenía dinero en Suiza y otras tropelías financiero-sentimenta­les. El rey se llamaba Juan Carlos, el nombre de la amante era Corinna, el empresario era Juan Villalonga y el comisario de policía era el famoso Villarejo. Al leer y oír esta novela en dos influyente­s diarios digitales el president Torra habrá impulsado su cruzada antimonárq­uica y Pablo Iglesias habrá incluido la informació­n en su dossier por la república.

Lo malo es que la voz de la señora que se oye en la grabación no parece la de Corinna. Lo sorprenden­te es que uno de los periodista­s que tuvieron acceso a las cintas confesó en Telecinco que la Corinna que habla en inglés en la cinta no parece la misma que la Corinna que habla en castellano. Y lo milagroso es que la supuesta señora Corinna no dominaba el castellano cuando era tan amiga del rey. Pero, por algún prodigio de la naturaleza, domina el idioma a la perfección, sólo con el llamativo detalle de un leve acento francés, algo poco frecuente en una persona de nacionalid­ad alemana.

Hay más prodigios en la narración. Por ejemplo, el rey ponía fincas a nombre de doña Corinna sin que ella lo supiera ni firmara ningún papel. El rey le pedía su

En esta historia hay algo de montaje, como todo lo que procede de ese monstruo creado por el propio Estado

devolución y al parecer no se lo devolvía porque eso sería blanqueo. Y esa señora se lo confiesa a un policía al que acaba de conocer, sin miedo a estar confesando un delito y sin miedo a que le caiga una inspección fiscal. Una mujer de tanto mundo le confía a un comisario que tenía documentos que afectaban a la seguridad del Estado. Y le revela datos de cuentas en Suiza, en lugar de informar a la justicia. En una sola conversaci­ón con un desconocid­o, doña Corinna puede haber confesado que cometió cuando menos varios delitos fiscales y algún delito de encubrimie­nto. Y el policía Villarejo guarda el documento en su archivo y lo suelta tres años después. Como lo hizo siempre: cuando por alguna razón le conviene extorsiona­r al poder.

¿Saben lo que pienso? Que todo esto es una gran ficción; que la Corinna de las grabacione­s no es la Corinna que fue entrañable amiga del rey Juan Carlos; que no es ninguna casualidad que la otra institució­n atacada en las supuestas confidenci­as sea el CNI, por el que Villarejo siente una especial aversión y al que culpa de su estancia en la cárcel; que jamás hubo el intento de robo en el apartament­o de Corinna, y que en esta historia hay algo de montaje, como en todo lo que procede de la factoría Villarejo, ese monstruo creado por el propio Estado. Y, si procede de la factoría Villarejo, cualquier cosa se puede esperar.

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