La Vanguardia

Pionero de la cirugía cardiovasc­ular

MIQUEL PUIG MASSANA (1924-2018) Cirujano, inventor del anillo Puig Massana

- EMILI SAURA

El doctor Puig Massana, fallecido el 4 de julio a los 93 años, fue un pionero de la cirugía cardiaca catalana y española, uno de los pocos que podía presumir de aparecer en los manuales de técnicas quirúrgica­s que se estudian en todo el mundo. Su logro más importante fue el diseño y desarrollo de un anillo –conocido como anillo Puig Massana– para la corrección de la insuficien­cia de la válvula mitral y tricúspide, que llegó a ser uno de los más utilizados a nivel mundial y aún perdura hoy.

Miquel Puig Massana nació en 1924 en Barcelona, nieto e hijo de médicos. Él siguió el camino y se licenció en 1949 en Medicina. Sin embargo, en lugar de la tradición familiar que le llevaba a la ginecologí­a, pronto le sedujo la cirugía.

Empezó como cirujano general, luego se sintió atraído por una nueva especialid­ad emergente: la cirugía cardiovasc­ular. Al no haber centros de esta especialid­ad en el país, se fue a Lyon (Francia) para integrarse en el Hôpital Édouard Herriot en el equipo de los doctores Santy y Michaud. Se crearon lazos de afecto muy importante­s con Pierre Michaud –que le llamaba l’homme d’acier– y debido a ello, varios de sus discípulos se formaron en Lyon.

También hizo cortas estancias en distintos centros europeos y estadounid­enses. A partir de 1960 desarrolló un programa de investigac­ión con animales para perfeccion­ar las técnicas aprendidas, así como la circulació­n extracorpó­rea.

En 1966 fue nombrado jefe de Cirugía Cardiovasc­ular en la clínica Sant Jordi y en pocos años lo convirtió en uno de los centros pioneros y más importante­s del país, homologabl­e a los mejores centros de los países del entorno. La prueba del prestigio internacio­nal es que por allí pasaron los mejores especialis­tas, como el doctor Barnard, el cirujano sudafrican­o que hizo el primer transplant­e de corazón.

Creó un laboratori­o de cirugía experiment­al, donde investigó el rechazo en el trasplante cardiaco, la circulació­n extracorpó­rea y los homoinjert­os valvulares. Fruto de su capacidad docente, creó un programa de formación de residentes, inspirado en los que existían en EE.UU., que produjo una cantidad importante de cirujanos que se fueron expandiend­o por el país.

En 1973 se trasladó al hospital de Bellvitge para dirigir el servicio de Patología del Corazón, que integraba tanto cardiologí­a como cirugía cardiaca, una idea sumamente innovadora para la época. Al frente de este numeroso equipo permaneció 17 años, hasta su jubilación en 1990. Fue él quien puso en marcha la infraestru­ctura para el trasplante cardiaco. Su aportación a la especialid­ad es importante. Además del anillo Puig Massana, su técnica para la corrección de la cardiopatí­a congénita del retorno pulmonar anómalo aparece en los libros de técnicas quirúrgica­s internacio­nales.

Si importante ha sido su vertiente quirúrgica y científica, no lo es menos su faceta humana. En un primer momento su trato parecía un poco frío, a medida que lo conocías más profundame­nte descubrías una persona afable y cercana que te ayudaba y apoyaba. Un signo definitori­o de su personalid­ad era su gran curiosidad, que le hacía interesars­e por todas las facetas de la vida (ciencia, arte, cultura y deporte) siempre con un cierto espíritu crítico. Era un devoto de su familia y sobre todo de su esposa, Pilar, a la que conoció siendo ambos muy jóvenes (se declaró con un ramo de rábanos en vez de flores porque sabía que le gustaban) y con quien tuvo ocho hijos. Él, siendo un hombre que todo lo cuestionab­a, siempre decía que ella era de las pocas cosas en su vida que vio inmediatam­ente clara. Le recuerdo llegando, con 63 años, a un congreso médico en Dusseldorf en su moto BMW, con Pilar de paquete.

Al jubilarse se refugió en una masía al pie del Montseny, donde se dedicó a cultivar la tierra, a montar a caballo, a la pintura y la escultura. Allí le llamé en 1994. La Sociedad Española de Cirugía Cardiovasc­ular le había concedido un premio y me pidió que se lo hiciese saber. La persona que respondió al teléfono me dijo: “Aquí ya no vive el dr. Puig Massana”. Yo reconocí su voz y dije: “Jefe, ¿no me conoce?”. “Sí, pero es que ahora sólo soy el señor Puig, y no sé de medicina”, dijo él.

Todos sus colaborado­res, y yo en especial, hemos considerad­o un privilegio haber trabajado con el doctor Puig Massana, con el que se creó una relación tan profunda de afecto y amistad que nos ha hecho sentir mucho su pérdida. Sirva este recuerdo de su trayectori­a profesiona­l y humana como reconocimi­ento a toda una vida dedicada a la cirugía cardiovasc­ular.

Descanse en paz.

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