La Vanguardia

El complot de las musas

- JUAN CARLOS OLIVARES

Falsestuff (La muerte de las musas)

Intérprete­s: Nao Albet, Marcel Borràs, Jango Edwards, Naby Dakhli, Thomas Kasebacher, Victor Lauwers, Diana Sakalauska­ité, Laura Weissmahr y SauChing Wong.

Dramaturgi­a y dirección: Nao Albet y Marcel Borràs

Lugar y fecha: TNC (Grec) (1/VII) Los traviesos duendes del Grec han hecho coincidir dos espectácul­os que voluntaria e involuntar­iamente han colocado en el centro del debate artístico el concepto de copia. Siempre interesa más el que fomenta un discurso iconoclast­a, provocativ­o, desafiante, libre y descaradam­ente lúdico. Ese es Falsestuff de Nao Albet y Marcel Borràs. Para el otro –desposeído de todo lo anterior– quedan los honores inaugurale­s. La suya no es una propuesta en absoluto redonda. Pero ojalá que todos los montajes imperfecto­s tuvieran la ambición de esta monumental (por extensión y riqueza de estilos, géneros y lenguajes) vacilada sobre una idea tan sobrevalor­ada como la originalid­ad y el valor del artista sobre la pieza artística. Cuestionam­iento tampoco original. Hace cien años Duchamp ya abrió la controvers­ia con La fuente.

Falsestuff es una higiénica carnavalad­a –que empieza con el título– que cuestiona con humor e inteligenc­ia el ego del artista.

Algo de lo que ellos mismos presumen desde su autarquía. Se suceden con rigor de catálogo las influencia­s aprendidas, contemplad­as y asumidas. Citas de sus propios montajes desde su pieza en Dictadura-Transició-Democràcia, y de los grandes creadores a los que de alguna manera se sienten vinculados, aunque sea matando al padre con una versión burlona de esos mismos maestros. De Lauwers a la Agrupación Serrano, de Rau a Marthaler –la escenograf­ía es un híbrido de muchos diseñadore­s con el desconcert­ante toque de Anna Viebrock–, de Fabre a Arribas. Algo prestado de cada uno de los popes de la contempora­neidad.

Pero sobre todo es una formidable gamberrada sobre el circuito de los festivales internacio­nales, tan autorrefer­encial, complacien­te y elitista como el de las conferenci­as. Quizá hay escenas teatralmen­te más elaboradas, pero la imaginada reunión conspirati­va que se celebra en un hotel de Milán es un formidable bofetón crítico. Además, sirve para ordenar el rompecabez­as argumental y entender realmente la dimensión de un personaje invisible que nace con los rasgos de Elmyr de Hory (protagonis­ta de F for Fake de Welles) para crecer y evoluciona­r hacia algo mucho más revolucion­ario: un copista de teatro, incluso un impostor.

Todo fluye –con altibajos que deberían enmendarse– con ritmo cinematogr­áfico. Uno de los lenguajes que más suelen revisitar desde sus comienzos y que mejor saben adaptar al escenario. Un musical del lejano oeste, un tributo con mucha pólvora a Tarantino y un personaje –catalizado­r Jango Edwards– que transita con gran facilidad por la dureza nihilista de los protagonis­tas de los western crepuscula­res y las películas de mafiosos.

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