El complot de las musas
Falsestuff (La muerte de las musas)
Intérpretes: Nao Albet, Marcel Borràs, Jango Edwards, Naby Dakhli, Thomas Kasebacher, Victor Lauwers, Diana Sakalauskaité, Laura Weissmahr y SauChing Wong.
Dramaturgia y dirección: Nao Albet y Marcel Borràs
Lugar y fecha: TNC (Grec) (1/VII) Los traviesos duendes del Grec han hecho coincidir dos espectáculos que voluntaria e involuntariamente han colocado en el centro del debate artístico el concepto de copia. Siempre interesa más el que fomenta un discurso iconoclasta, provocativo, desafiante, libre y descaradamente lúdico. Ese es Falsestuff de Nao Albet y Marcel Borràs. Para el otro –desposeído de todo lo anterior– quedan los honores inaugurales. La suya no es una propuesta en absoluto redonda. Pero ojalá que todos los montajes imperfectos tuvieran la ambición de esta monumental (por extensión y riqueza de estilos, géneros y lenguajes) vacilada sobre una idea tan sobrevalorada como la originalidad y el valor del artista sobre la pieza artística. Cuestionamiento tampoco original. Hace cien años Duchamp ya abrió la controversia con La fuente.
Falsestuff es una higiénica carnavalada –que empieza con el título– que cuestiona con humor e inteligencia el ego del artista.
Algo de lo que ellos mismos presumen desde su autarquía. Se suceden con rigor de catálogo las influencias aprendidas, contempladas y asumidas. Citas de sus propios montajes desde su pieza en Dictadura-Transició-Democràcia, y de los grandes creadores a los que de alguna manera se sienten vinculados, aunque sea matando al padre con una versión burlona de esos mismos maestros. De Lauwers a la Agrupación Serrano, de Rau a Marthaler –la escenografía es un híbrido de muchos diseñadores con el desconcertante toque de Anna Viebrock–, de Fabre a Arribas. Algo prestado de cada uno de los popes de la contemporaneidad.
Pero sobre todo es una formidable gamberrada sobre el circuito de los festivales internacionales, tan autorreferencial, complaciente y elitista como el de las conferencias. Quizá hay escenas teatralmente más elaboradas, pero la imaginada reunión conspirativa que se celebra en un hotel de Milán es un formidable bofetón crítico. Además, sirve para ordenar el rompecabezas argumental y entender realmente la dimensión de un personaje invisible que nace con los rasgos de Elmyr de Hory (protagonista de F for Fake de Welles) para crecer y evolucionar hacia algo mucho más revolucionario: un copista de teatro, incluso un impostor.
Todo fluye –con altibajos que deberían enmendarse– con ritmo cinematográfico. Uno de los lenguajes que más suelen revisitar desde sus comienzos y que mejor saben adaptar al escenario. Un musical del lejano oeste, un tributo con mucha pólvora a Tarantino y un personaje –catalizador Jango Edwards– que transita con gran facilidad por la dureza nihilista de los protagonistas de los western crepusculares y las películas de mafiosos.