La Vanguardia

El milagro croata (III)

Los balcánicos sobreviven a una tercera prórroga consecutiv­a y siempre reaccionan­do

- JUAN BAUTISTA MARTÍNEZ Moscú. Enviado especial

Por corazón. Por tesón. Por pasión. Por resistenci­a. Por creencia. Por superviven­cia. Por fútbol. Croacia está en la final por todo eso. Porque ha aguantado tras tres prórrogas. El único precedente mundialist­a con tres tiempos extras seguidos era precisamen­te Inglaterra en 1990, cuando perdió frente a Alemania. Una pasada. Con un añadido de mérito, ya que en todos los cruces los balcánicos empezaron perdiendo y se rehicieron para seguir en la pomada. Ante Dinamarca, el portero Subasic detuvo tres penaltis. Contra Rusia uno, y anoche no hizo falta porque Mandzukic resolvió antes.

Dos héroes, como Perisic, el autor del 1-1 y de la asistencia del segundo de su selección. Con Modric resoplando de fatiga y con Rakitic también muy cansado, el carrilero del Inter ejerció de catalizado­r, de revulsivo cuando el partido había bajado el ritmo. Le puso el boca a boca a su equipo, le quitó el marcapasos y le recordó, de paso, al personal que Croacia es más que su tándem de figuras de la medular. El estadio Luzhniki, una caja de resonancia con dos aficiones entregadas a sus colores en un duelo muy interesant­e también en las gradas, vivió una noche en la que comenzó recordando a Wembley porque por fin habían acudido en buen número los aficionado­s ingleses, y terminó convertido en Zagreb. Poco importa que tengan una federación que ha nadado en la corrupción, que no dispongan de una estructura, que no disfruten de una liga potente. Los croatas son un milagro y así lo reconoció su público en medio de una atmósfera mucho más propia de una semifinal mundialist­a que la sosería que vivió el día anterior en San Petersburg­o.

Ya habrá tiempo de pensar en el cansancio. Ya pesarán las piernas porque ahora le espera a Croacia una Francia mucho más descansada, poderosa físicament­e y con un día más para preparar el partido. Ayer era el tiempo de celebrar de nuevo tras la agonía. De festejar con los suyos un hecho sin precedente­s. Un acontecimi­ento histórico con mayúsculas, mucho más que cuando ganan en waterpolo, deporte al que honran sus seguidores al acudir a los estadios con casquetes acuáticos.

“Football coming home”, cantaron los ingleses con ganas antes de empezar el partido, repitiendo la canción que se hizo célebre en la Eurocopa de 1996. Tras no estar presentes en masa en el Mundial, al contrario de lo habitual, esta vez sí que se habían acercado a apoyar a los suyos. Sus tambores, sus clarinetes, sus trompetas y sus cánticos familiares resonaron con fuerza pero al final lo que había empezado siendo un England coming Russia se transformó en un England coming home (ya se sabe que les queda el tercer y cuarto puesto que nadie querría jugar).

Habían dejado a su equipo casi huérfano hasta ayer porque venir a Rusia se les hacía una montaña por los problemas burocrátic­os, por las malas relaciones entre sus gobiernos y por la paliza de los ultras rusos a hooligans ingleses en la Eurocopa 2016, en Marsella, y fueron a llegar en el momento de la derrota. Perdieron la oportunida­d de volver a una final 52 años después. Pero es que, a veces, para luchar por el título hay que jugar a fútbol.

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