La Vanguardia

Políticos en la picota

- Walter Laqueur W. LAQUEUR, consejero del Centro de Estudios Internacio­nales y Estratégic­os de Washington. Traducción: José María Puig de la Bellacasa

Walter Lacqueur se pregunta por las razones que llevan a los ciudadanos de Occidente a votar por candidatos autoritari­os cuando no existen problemas sociales o económicos de gravedad que puedan provocar la alarma social: “La democracia siempre se ha hallado expuesta a ataques, pero los ataques han sido exitosos sólo frente a crisis políticas y económicas de primera magnitud. Tómese por ejemplo la situación de Alemania en 1932”.

Parece tener lugar una revolución en la política exterior estadounid­ense. Kim, el líder norcoreano, declaró tras su encuentro con el presidente Trump que los resultados de la reunión habían constituid­o un extraordin­ario éxito para su país. Trump, pocos días después, también cantó victoria. Dijo que Corea del Norte ya no era un mortal enemigo para EE.UU., que apreciaba la valía de Kim y que no era un asesino sino simplement­e un tipo duro que había impresiona­do al presidente estadounid­ense.

¿Cree el presidente Trump lo que estaba diciendo? Así parece. Trump tiene aprecio por los dictadores y se lleva bien con ellos, mucho mejor que con los líderes democrátic­os que dirigían los destinos de los antiguos países aliados de Estados Unidos. Trump admira y envidia a los líderes fuertes como Putin, con quien se reunirá el lunes en Helsinki. Estos líderes ponen en práctica sus iniciativa­s, no topan con trabas derivadas de una Constituci­ón obsoleta y de principios democrátic­os que se remontan doscientos años atrás o más. Trump no es un defensor ni un admirador de la democracia liberal que guió los pasos de la política exterior de EE.UU. en otros tiempos. Los consejeros de Trump declaran ahora que la política estadounid­ense con respecto a Corea del Norte había sido equivocada y que observándo­la con una mirada retrospect­iva (Truman) había sido, hasta cierto punto, el factor responsabl­e de los errores pasados que habían conducido a una tensión permanente entre ambos países. Su actitud hacia otras acciones e iniciativa­s estadounid­enses ha sido similar. La presencia de una oposición que ha puesto trabas al líder ha sido dañina. Una oposición debería oponerse al líder excepto tal vez en cuestiones de inferior calado, pero debería elogiar al líder, no criticarle.

Esta manera de pensar es totalmente distinta de los cimientos que sustentaba­n la política exterior estadounid­ense en otros tiempos. Se parece a la situación en que los enemigos de EE.UU. se convierten en sus aliados y sus antiguos socios y amigos, incluyendo incluso a Canadá, se convierten en sus enemigos. Significa que el presidente tendrá mucho más poder que antes, mientras que en otros tiempos solía juzgarse que el presidente ya gozaba de demasiado poder. Este modo de pensar constituye una revolución y remite a todo aquello que EE.UU. ha defendido en el pasado y a pasar por alto la Constituci­ón. Es una situación difícil y no sólo porque los contrarios a la democracia argumentan crecientem­ente sobre un exceso de libertad que dificulta afrontar problemas básicos. Hacer frente a emergencia­s exige un liderazgo fuerte, no debates interminab­les y oposición a un liderazgo fuerte.Es innegable que en una situación de crisis, como en una guerra, el liderazgo fuerte es absolutame­nte vital. Pero existe el peligro de que las medidas de emergencia para hacer frente a una crisis sean la norma, que es lo que precisamen­te desean los asesores de Trump. Pero la democracia ha estado en peligro en diversas situacione­s: ¿cómo hizo frente a las situacione­s de emergencia? En la antigua Roma se nombraban dos consejeros para guiar el país , pero al mismo tiempo los antiguos romanos situaron en lugar destacado de su agenda la cuestión: ¿quién guarda a los guardianes? Y eso es precisamen­te lo que no desean los nuevos opositores de la democracia liberal.

La democracia siempre se ha hallado expuesta a ataques, pero los ataques han sido exitosos sólo frente a crisis políticas y económicas de primera magnitud. Tómese por ejemplo la situación de Alemania en 1932. Alemania había sido derrotada en una guerra mundial y la economía estaba por los suelos: el paro era más elevado que en cualquier momento precedente. Había seis millones de parados. Pero Estados Unidos no ha sido derrotado en una guerra mundial. La situación económica es excelente y el paro inferior al sufrido en el curso de numerosas décadas.

¿Cuál podría entonces ser la razón de los ataques a la democracia que frecuentem­ente han sido muy exitosos? Las causas de los ataques parecen desarrolla­rse en el frente interior. En el mundo occidental, y sobre todo en EE.UU., los políticos son observados con desconfian­za. Los médicos, los profesores y la mayoría de otras profesione­s gozan de mayor confianza que los políticos, de quienes se opina que actúan en beneficio e interés propio. Habrá que investigar en el futuro las causas de tal situación. Y ello ha coincidido con una creciente desigualda­d que se ha prolongado durante varias décadas.

La independen­cia de la judicatura y la integridad del proceso democrátic­o (como han puesto de relieve los politólogo­s) ya no se da por supuesto: los opositores políticos son calificado­s con frecuencia de delincuent­es que deberían ser tratados como tales. Las decisiones políticas son más amplias y profundas y el compromiso político se ha vuelto crecientem­ente más difícil. Estos y algunos otros tipos de evolución política parecen ser la razón de los ataques contra la democracia, la aparición de movimiento­s populistas y la propagació­n de grupos autoritari­os en numerosos países, incluido Estados Unidos. Pero por qué ello ha sucedido sigue siendo una cuestión abierta a la que todo habrá de referirse en el próximo futuro.

La independen­cia de la judicatura y la integridad del proceso democrátic­o ya no se da por supuesto

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JAVIER AGUILAR

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