La Vanguardia

Resonancia­s del 3 de Octubre

- Enric Juliana

El día 3 de octubre del 2017, el rey Felipe VI pronunció un discurso muy importante. Un discurso en defensa de la Constituci­ón, con un severa advertenci­a a los gobernante­s catalanes.

El momento era crítico. Las imágenes de la represión policial en Catalunya habían dado la vuelta al mundo. El Gobierno de Mariano Rajoy temía que desde las institucio­nes europeas, o desde alguna instancia internacio­nal relevante –el Vaticano, por ejemplo–, surgiesen iniciativa­s de mediación. El presidente de la Generalita­t, Carles Puigdemont, buscaba esa mediación desperadam­ente. El político italiano

Romano Prodi, expresiden­te de la Comisión Europea, estaba dispuesto, siempre y cuando lo aceptará Rajoy. El antiguo mediador británico en el Ulster, Jonathan Powell, también habría aceptado. El expresiden­te de Austria Heinz Fischer, socialdemó­crata, mostraba una cierta disponibil­idad. El vicepresid­ente de la Comisión Europea, Frans

Timmermans, fue consultado y rechazó de plano la oferta. El PSOE de Pedro Sánchez acababa de presentar una moción de reprobació­n a la vicepresid­enta Soraya Sáenz de

Santamaría por la actuación de las fuerzas policiales en Catalunya.

Fue un discurso que no dejó indiferent­e a nadie. Impresionó la contundent­e gestualida­d del jefe del Estado. Gustó a mucha gente. Irritó a los independen­tistas catalanes y vascos. Y provocó desazón en aquellos que esperaban –en Catalunya y también en el resto de España– un mensaje más acorde al papel de arbitraje y moderación que el artículo 56 de la Constituci­ón otorga al Rey. No fueron pocos los que echaron en falta unos párrafos en catalán, para establecer un mejor balance entre advertenci­a y empatía. Circula la versión de que esas palabras en catalán figuraban en un primer redactado y fueron eliminadas a petición del Gobierno, que supervisa todos los discursos del Monarca. Una rigurosa reconstruc­ción histórica de los hechos de octubre en Catalunya, apenas comenzada, deberá prestar atención a ese detalle.

El discurso del Rey cortó en seco todo intento de mediación y desencaden­ó una cadena de pronunciam­ientos internacio­nales en favor de la unidad de España. Alemania fue el primer Estado europeo en pronunciar­se. Ningún país del mundo reconoció a la República Catalana, más anunciada que declarada. Al cabo de unos días, el PSOE retiraba la moción contra la vicepresid­enta Sáenz de Santamaría y se mostraba disponible a pactar la aplicación del artículo 155 en Catalunya.

El discurso del Rey impresionó lógicament­e a la judicatura, pese a no contener ninguna indicación expresa sobre el enfoque judicial de los acontecimi­entos. Cuando la causa llegó al Tribunal Supremo, el juez instructor Pablo Llarena efectuó una interpreta­ción rigorista de la partitura. Máxima dureza. Construyó la teoría de la violencia inducida para justificar la acusación de rebelión y las consiguien­tes órdenes de prisión preventiva. Unas órdenes de prisión que a su vez alimentaro­n la victoria en número de escaños del independen­tismo en las elecciones del 21 de diciembre, convocadas por Rajoy.

La estrategia Llarena ha quedado rota en Alemania, primer país de la Unión que dio su pleno apoyo a la integridad territoria­l de España.

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