Escuchar a Havel, todavía
En la Villarroel, durante este julio, se puede disfrutar de dos obras de Václav Havel que ha montado y dirigido Pere Arquillué con buena mano, y con la osadía de quien –más allá de las modas– apuesta por los clásicos. Porque Havel –aparte de ser una gran figura política y moral del siglo XX– es también uno de los autores clásicos surgidos durante la guerra fría, en medio del totalitarismo y la desesperanza. Las dos piezas del dramaturgo checo que tenemos ahora al alcance –Audiència y Vernissatge– fueron escritas en 1975, bajo la represión que se intensificó después de la primavera de Praga, aquel otro 1968 del que hablamos menos pero sin el cual no se entenderían las barricadas de París. Los checos y los eslovacos se enfrentaron a los tanques del Pacto de Varsovia, no sólo a los antidisturbios.
Sitúense. Año 1975. Mientras aquí Franco va muriéndose lentamente y la gente no sabe qué pasará, en Checoslovaquia, el presidente Husák mantiene
Sobre el escenario vemos la miseria y la grandeza que rodea el gesto indócil contra un poder absoluto
al país bajo el dictado de Moscú y se dedica a perseguir y encarcelar a los disidentes. Uno de estos opositores es Havel, que ve como el gobierno le prohíbe publicar y le cierra todas las puertas. Sobre el escenario –gracias a las actuaciones potentísimas de Joan Carreras, Josep Julien y Rosa Gàmiz– vemos la miseria y la grandeza que rodea el gesto indócil contra un poder absoluto. Un poder que ha convertido a todos en potenciales criminales y delatores, y que multiplica el absurdo cotidiano de manera exponencial. El protagonista –Vanek, alter ego de Havel– debe enfrentarse a las mil caras de este absurdo. La tiranía ha conseguido que todo parezca producto de la mala o buena suerte, que todo suceda en un baño María de normalidad.
No se confundan. El teatro de Havel no es arqueológico, estas obras hablan de una realidad tan actual y tan universal –tan próxima– que todos conocemos a más de un Vanek. Los clásicos iluminan el presente. Condenado en 1979 por sedición, Havel pasó un total de 1.351 días en la cárcel. Tras la revolución de terciopelo, se convirtió en el primer presidente de la nueva etapa democrática. Preguntado años después sobre la separación de Chequia y Eslovaquia, Havel respondió esto: “No se moleste, pero nosotros nos esforzamos en cambiar –como es obvio a duras penas– de un sistema totalitario a una democracia, en ningún caso a una nueva dictadura. Habría actuado en contra de mis principios si hubiera indicado a la nación eslovaca qué camino debía tomar o no para expresarse como nación. Yo había jurado una Constitución federal y en consecuencia debía defender la integridad del Estado, algo que también hice, pero al mismo tiempo no podía dejar de percibir el movimiento de emancipación eslovaco ni reprimirlo. Las naciones tienen derecho a pasar –si es la voluntad de la mayoría– por una fase de estados independientes”.