La Vanguardia

“¡Estoy disfrutand­o de mí!”

Eli, 30 años con anorexia y hasta hace dos meses en situación límite, es una de los cuatro participan­tes en el ensayo de la electroest­imulación profunda

- ANA MACPHERSON

Lo empecé a notar desde el primer momento. Me desperté y no estaban ya ahí esas nubes negras. Yo era Doña No. Mi vida era una mierda, siempre estaba enfadada. Todo me daba igual. Me abrieron la cabeza, me lo hicieron hace dos meses y medio, y a partir de ahí ¡estoy disfrutand­o de mí! De mi momento. De la ensalada, de mi trabajo recuperado, de mi café, de mi cigarrillo. Ya no existe remordimie­nto y ha desapareci­do el no valgo para nada, el no soy nadie. Ahora ya no me considero una enferma. Mi hija no quiere que la vean conmigo. Duele. Le da vergüenza. También tiene miedo de que esta felicidad se vaya a acabar”.

Elisabeth Valladares, Eli, 42 años, ha vivido durante los últimos 30 con subidas y bajadas dentro de la anorexia, dominada por “un querer ser perfecta, sin saber decir no a nadie, sin parar en mí. He pasado etapas en que me veía muy gorda, que tomaba una manzana y ya la veía en mis muslos. Otras veces me veía muy delgada. Tenía una voz en mi cabeza que me decía qué hacer y qué no. Es como si se te apagara algo en tu cerebro y no hubiera forma de volverlo a encender. Y todo eso ya no me pasa”. Hace dos meses y medio que lleva unos electrodos insertados en su cerebro, en la zona del núcleo accumbens. La estimulaci­ón eléctrica profunda pretende recuperar la normalidad de una zona que regula la dopamina y que en su caso, como en muchas otras personas con anorexia nerviosa severa y crónica, está alterada y parece estar en el origen de una enfermedad diversa y que crece asociada íntimament­e a otros diagnóstic­os. No sólo es cuestión de comida.

“Esta enfermedad me lo quitó todo. Ingresé en el hospital la última vez, he ingresado un montón de veces, con 30 kilos. En los últimos cinco años sólo podía alimentarm­e de líquidos, hasta echaba agua al cortado. Gloria, mi doctora, me dijo que no podía asegurarme que en mi estado llegara a estar viva un año más. Pero trabajaba de 4 de la mañana a 2 de la tarde en un obrador y movía pesos de 25 kilos”, explica con orgullo. “Me machacaba trabajando para controlar el malestar”. El propietari­o del obrador le dijo un día “que me ocupara de curarme, y me despidió. Que, si me recuperaba, me estaría esperando el trabajo. Me dolió. Pero lo ha cumplido. Estoy de nuevo trabajando”.

Repasa su pelo corto, “llevaba una melena hasta aquí”, señala el codo. Y muestra el recorrido de la cicatriz sobre su cráneo que dejó la inserción de los electrodos. En el cuello, un hilo, “¿lo ves?”, y cerca del ombligo, en su vientre muy delgado, se percibe un pequeño abultamien­to: el neuroestim­ulador. “Lo llevo a 3 de intensidad y puede llegar hasta 6,5, que es el máximo. Yo les digo que no me suban mucho, que estoy muy eufórica, pero si bajo de peso, me subirán. Lo controla desde el iPod. A ella, a Gloria, no le puedes engañar. Creen que llegaré a engordar cuatro kilos y ya llevo dos. Callaré la boca a mucha gente”.

El objetivo es mejorar su estado mental en conjunto, no específica­mente el peso, aunque es el principal indicador de que la cosa funciona. Sabe que será muy delgada toda su vida, pero se siente feliz por primera vez en muchísimo tiempo. “Siento como una liberación. He empezado a poner un poco de atún en la ensalada y el domingo nos vamos de tapas, ¿verdad, mama?”. Mila, su madre y apoyo incondicio­nal a lo largo de los 30 años de enfermedad, asiente. Hace años que Eli no participa en comidas familiares, “¿para qué si yo no podía comer?”. Se alejó de todos, incluida su hija, 14 años, muy madura, con una gran relación con su abuela.

Esa hija fue otro empujón para colocarse los electrodos. “No me movía y ella llamaba a emergencia­s”. Eli se siente ahora pletórica. “Quiero darle todo lo que no he podido por la enfermedad y por la adicción. Sí, alguien un día me dijo que la coca quitaba el hambre y me enganché. Ingresé en un centro y lo superé. Ahora sueño con reunir dinero para hacer juntas unas vacaciones y pagarle una estancia en Inglaterra. Yo quería ser médico forense. Le pido a ella que no deje de estudiar, por favor”.

Su vida ha dado una gran voltereta. “Ahora ni se me ocurre subir y bajar por la escalera para quemar: voy en ascensor. Tomaba 75 sobres de laxante y un jarabe de magnesio más 30 pastillas de diurético. Ahora lo he reducido muchísimo y como alimento sólido. Poco a poco”.

EFECTO INMEDIATO

“Llevo cinco años tomando sólo líquidos; ¡he empezado a poner atún a la ensalada!”

AL SALIR DEL QUIRÓFANO “Me desperté y no estaban ahíesasnub­es negras; ya no siento que no soy nadie”

 ?? CÉSAR RANGEL ?? Eli Valladares en el hospital del Mar junto a su neurociruj­ana, Gloria Villalba, y el responsabl­e de psiquiatrí­a, Víctor Pérez
CÉSAR RANGEL Eli Valladares en el hospital del Mar junto a su neurociruj­ana, Gloria Villalba, y el responsabl­e de psiquiatrí­a, Víctor Pérez

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