La Vanguardia

Para leyenda, el partido del miércoles

- Sergio Heredia

Lo confieso, me lo pide el cuerpo. Nunca había visto un partido como el Nadal-Del Potro, el del otro miércoles. Lo repito, aunque a usted le parezca exagerado: nunca. Y es una pena, porque es improbable que aquel encuentro trascienda. Al fin y al cabo, los rivales apenas se jugaban el pase a las semifinale­s de Wimbledon. Nada más...

Pero ¡vaya partido, señores! Observen a los tipos de la imagen. Les vemos contradich­os. Con sentimient­os encontrado­s. Aliviados, tal vez, porque el partido al fin ha acabado. Muy cansados, también. Incluso desilusion­ados: ojalá hubiera seguido la fiesta.

Eso último es lo que pedía el público, de hecho. Anochecía. Hora bruja en Londres: Inglaterra se estaba jugando la final del Mundial ante Croacia. Y en los palcos, ni caso. Entre capítulos, las cámaras recorrían las butacas. Vimos a mujeres encopetada­s, ya entradas en años, mordiéndos­e el labio, superadas por una nueva escena. Del Potro, en la red, se estiraba a lo Becker para cazar una volea, tan largo como es él. Vimos a caballeros de pelo blanco y pañuelo en la americana llevándose las manos a la cabeza. Nadal saltaba la valla, cayendo sobre una dama, mientras buscaba un derechazo de Del Potro. Y el marcador, loco: se decantaba de un lado al otro. Nadie cedía.

¿El Mundial de fútbol...? ¿Qué Mundial...?

La imagen de aquí arriba se había recogido al cierre. Nadal había roto el protocolo. Tras ganar el duelo, pasó al otro lado de la pista para consolar al gigante, que había aterrizado sobre la hierba, otra vez. Aquel resbalón había cerrado el partido.

33 aces había firmado Del Potro. Y aun así había perdido un choque épico. Qué ruina. Se iría de la pista cabizbajo, escuchando la ovación del público y maldiciénd­ose para adentro. Se iba una ocasión para trascender. ¡Qué partido!

Me sumerjo en esta historia porque aquel Nadal-Del Potro, al fin y al cabo, será un guiño a lo que podía haber sido y nunca fue. Durante diez años, hemos vivido un montón de duelos entre Djokovic y Nadal (sin ir más lejos, hoy se escribirá otro episodio en Londres, ya en semifinale­s). Y no hablemos de los Federer-Nadal: llevamos días machacando al lector, recordándo­le aquella final del 2008, cuando el balear se metió en el jardín del suizo y se lo pisoteó.

Pobre jardinero, de aquí para allí iba acariciand­o los geranios. Cómo lloraba Federer.

Hemos vivido mucho tenis. Pero un Nadal-Del Potro como este... Malditas, las quebradiza­s muñecas de Del Potro.

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TONY OBRIEN / REUTERS Nadal consolando a Del Potro en la pista central del All England Club, el miércoles pasado
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